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Trump ha justificado el “dolor” que deberá atravesar la economía como un paso necesario para alcanzar la prometida “era de oro”, en la que Estados Unidos recuperaría su fortaleza económica.
En Argentina, el presidente Javier Milei ha sostenido un discurso similar, advirtiendo que un fuerte ajuste en la economía será imprescindible para reequilibrar la macroeconomía, generando efectos negativos en el nivel de actividad, el empleo, los salarios reales y aumento de la pobreza. Sin embargo, la diferencia radica en que Milei mantuvo el discurso desde su campaña. En contraste, Trump parece estar “abriendo el paraguas”, ante los primeros efectos de sus políticas en los mercados.
Pero, ¿realmente las nuevas políticas del Gobierno de EE.UU. pueden generar impactos significativos en la economía global? Si bien la magnitud de los efectos dependerá de cuán agresivas sean las medidas y de la reacción de los países afectados, lo cierto es que el panorama económico se reconfigura.
El crecimiento económico global estará fuertemente condicionado por el desempeño de las principales potencias, EE.UU. y China, protagonistas de la guerra comercial. El comercio mundial avanzará al ritmo de los aranceles impuestos y las posibles represalias, afectando a ciertas industrias y a la dinámica económica global.
En América Latina, el país más expuesto es México, cuya relación comercial con EE.UU. es profunda y dependiente. La tregua entre ambos países brinda un respiro temporal. Colombia, por su parte, mantiene a EE.UU. como principal socio comercial, aunque la relación está basada en exportaciones de combustibles, minerales y petróleo que parecen no estar en el radar de Trump. En el resto de la región, los déficits comerciales con EE.UU. no son significativos, pero esto no excluye la posibilidad de impactos indirectos a través de otras variables.
Uno de los efectos más relevantes está vinculado a la demanda de productos agrícolas de la región. La inmediata respuesta de China, a las medidas de Trump, con la aplicación de nuevos aranceles sobre las importaciones de productos agrícolas desde EE.UU., podría llevar al país asiático a diversificar sus proveedores, donde la región es referente, principalmente para las exportaciones de soja.
Por otro lado, los riesgos inflacionarios en EE.UU. son contundentes: una reducción en las importaciones, a partir de los aranceles, podría limitar la oferta de bienes, mientras que las políticas migratorias de Trump podrían generar presiones salariales, sumando incertidumbre al panorama.
En este contexto, la política monetaria de la Reserva Federal (FED) será un factor determinante. La posibilidad de tasas de interés más altas en EE.UU. pone en alerta a los bancos centrales de la región.
Los aranceles y restricciones comerciales impuestos por EE.UU. pondrán a prueba la fortaleza del dólar en los mercados globales. En la región, además de los factores locales, el contexto externo jugará un papel clave en el desempeño de las paridades cambiarias. Un dólar debilitado podría darse en un entorno de tasas de interés más altas en las economías emergentes, lo que impulsaría la entrada de capitales.
Además, las restricciones comerciales impuestas a las exportaciones de EE.UU. podrían abrir nuevas oportunidades para los exportadores regionales, favoreciendo su participación en el comercio y fortaleciendo su moneda. Por el contrario, un repunte de la inflación en EE.UU., una menor flexibilización monetaria por parte de la FED y la elevada incertidumbre podrían incrementar la aversión al riesgo, fortaleciendo al dólar y afectando a las monedas de las economías con fundamentos más frágiles.
