Edith Tiencken, durante la entrevista, nos invita a la imaginación: “Observen dos líderes frente a una misma situación compleja: uno se bloquea y repite fórmulas que le sirvieron en el pasado, mientras el otro observa con apertura, conecta ideas nuevas y encuentra soluciones creativas. Esa diferencia no es casualidad, es neuroagilidad en acción”.
Para la experta, la neuroagilidad proporciona flexibilidad cognitiva, rapidez para procesar información, facilidad para aprender y adaptarnos, claridad al tomar decisiones y la capacidad de rendir mejor mientras cuidamos nuestro bienestar, manteniendo la energía mental, reduciendo el desgaste emocional, buenas relaciones y resultados de alto impacto. Se diferencia de la inteligencia emocional y de la resiliencia, aunque tiene un impacto directo sobre ambas.
La neuroagilidad tiene un fundamento neurofisiológico medible y se apoya en descubrimientos científicos sólidos, sostiene Tiencken. La neuroplasticidad es la base: la capacidad del cerebro de reorganizarse y cambiar con el aprendizaje. A partir de allí, trabajamos con la neurociencia aplicada del aprendizaje, la ciencia de la formación de hábitos, el rol de los neurotransmisores y la mentalidad de crecimiento.
En otras palabras, la neuroagilidad es neurociencia llevada a la práctica para que las personas y las organizaciones aprendan más rápido, se adapten con mayor facilidad, lideren con claridad y alcancen altos niveles de rendimiento sostenible.
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¿Por qué es relevante en el contexto actual, caracterizado por los tiempos acelerados?
Desarrollar neuroagilidad es un imperativo estratégico. El Foro Económico Mundial ha identificado que las habilidades más demandadas en el presente y futuro inmediato incluyen el pensamiento analítico, la resolución de problemas complejos, la creatividad, el aprendizaje activo, la toma de decisiones y la flexibilidad cognitiva.
Una organización que promueve la neuroagilidad no solo responde mejor a la incertidumbre, sino que crea una cultura de innovación sostenible, aprendizaje continuo y bienestar organizacional.
¿Qué habilidades cognitivas y neurológicas específicas conforman la neuroagilidad de un líder?
Observo cinco señales que trabajan de forma integral en la práctica diaria. A nivel cognitivo incluye, pero no se limita a: flexibilidad mental, velocidad de procesamiento, atención sostenida, memoria funcional y capacidad de aprendizaje continuo.
A nivel neurológico, estas habilidades se optimizan cuando el sistema nervioso funciona sin rigidez. La producción y regulación adecuadas de neurotransmisores como la dopamina, la serotonina, la oxitocina y la acetilcolina son fundamentales para mantener la motivación, la claridad mental, la empatía y la conexión interpersonal. Cuando los líderes se educan y se aplican en estos temas, se convierten en un superpoder del liderazgo.
En el proceso de toma de decisiones, ¿qué papel juega la neuroagilidad?
En entornos donde la información es abundante, pero el tiempo es escaso, la neuroagilidad actúa como un filtro y facilitador del pensamiento efectivo. Un cerebro neuroágil puede identificar patrones, priorizar lo relevante, hacer conexiones rápidas y tomar decisiones integradas desde el análisis y la intuición.
Los líderes neuroágiles son capaces de activar distintas regiones del cerebro de forma simultánea, permitiendo un equilibrio entre pensamiento analítico y pensamiento creativo, sin que uno bloquee al otro. Pueden mantener la calma en situaciones de alta complejidad, no porque ignoren el estrés, sino porque han entrenado su sistema nervioso para procesar la presión sin ser dominados por ella.
¿Cómo puede un líder empezar a desarrollar su neuroagilidad?
El primer paso es realizar una evaluación objetiva de su diseño neurológico. El Neuro Agility Profile™ (NAP™) identificando las fortalezas y las áreas que necesitan desarrollo, ofreciendo un plan personalizado para optimizar el rendimiento cerebral.
A partir de ahí, existen hábitos basados en neurociencia que pueden incorporarse a la rutina:
- Realizar actividades físicas que estimulen la dopamina y la oxigenación cerebral.
- Integrar movimientos cruzados a tareas diarias y al ejercicio.
- Incluir prácticas de respiración consciente, mindfulness y escaneo corporal para mejorar la interocepción (capacidad del cerebro para percibir, interpretar y regular las señales internas del cuerpo, un “sexto sentido” nos conecta con lo que ocurre dentro de nuestro organismo.
- Diseñar entornos que promuevan el aprendizaje activo y la colaboración.
- Dormir adecuadamente para consolidar la memoria y restaurar el sistema nervioso.
- Integrar pausas activas para mantener el foco y evitar la fatiga mental.
- Alimentarse con nutrientes que favorecen la producción de neurotransmisores.
¿Qué tan rápido se pueden ver los resultados?
Los primeros cambios suelen notarse muy pronto. Muchas personas reportan mejoras en pocas semanas: se sienten con mayor enfoque, regulan mejor sus emociones y piensan con más claridad. Es como cuando empezamos a ejercitar el cuerpo: al principio, los avances son pequeños pero motivadores, y eso nos impulsa a seguir.
El verdadero desarrollo de la neuroagilidad es un proceso acumulativo. Formar nuevas vías neuronales, instalar hábitos sostenibles y transformar la manera en que pensamos, decidimos, lideramos y colaboramos requieren constancia y repetición. Igual que entrenar un músculo, mientras más compleja es la habilidad que queremos trabajar, más práctica y tiempo necesitamos.
Si tuviera que dar un consejo a un CEO, ¿cuál sería?
Mi consejo: CEO, empieza por ti, y escala a toda la organización. Mejoramos aquello que podemos medir. Cuando un CEO desarrolla su neuroagilidad, transforma la forma en que piensa, aprende, dirige y se relaciona. Personas neuroágiles cometen menos errores, aprenden más rápido, se estresan menos, rinden más y se relacionan mejor. Neuroagilidad prepara el cerebro-mente para liderar el futuro en el día a día, ante la disrupción y ante tiempos de incertidumbre.
