Paraguay es, sin dudas, un país que emprende. La actividad emprendedora forma parte del pulso cotidiano de su economía y de su tejido social. No solo por necesidad —que también influye—, sino por una cultura extendida del autoempleo, la reinvención y la informalidad como norma. Emprender, para cientos de miles de paraguayos, no es solo una opción: es el punto de partida.
Los datos lo respaldan. A finales de 2023, Paraguay registraba más de 450.000 mipymes formalizadas, según cifras oficiales del Ministerio de Industria y Comercio (MIC). Se trata de micro, pequeñas y medianas empresas que lograron dar el paso hacia la formalización —con RUC, IPS o habilitación municipal— y que hoy representan el núcleo visible del sector productivo nacional.
Se emprende, pero no siempre bajo reglas
A este universo se suma un contingente paralelo de microemprendimientos informales. Muchos de ellos van desde puestos de trabajo autónomos, oficios no registrados, unidades familiares o pequeños comercios sin estructura legal que, de acuerdo con estimaciones institucionales, podrían igualar o incluso superar esa cifra, ampliando el mapa real del emprendimiento paraguayo a más de 850.000 unidades económicas activas en todo el país. Esta dualidad marca el tono de fondo: una economía vibrante, pero en gran medida al margen de las reglas del juego formal.
Por eso, la informalidad no es solo una condición fiscal, es un ecosistema en sí mismo. Implica operar sin acceso pleno a crédito, sin cobertura de seguridad social, sin previsibilidad jurídica, y muchas veces, sin posibilidad de crecer. Según cifras oficiales y estimaciones externas, entre el 53% y el 60% de las micro y pequeñas unidades económicas aún operan fuera del sistema, replicando una matriz de subsistencia más que de escalamiento.
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La mayoría pertenece al segmento “micro” —menos de cinco empleados, sin local fijo, con ingresos irregulares—. Lo que Paraguay tiene, en esencia, es una masa emprendedora enorme, pero con escasa capacidad de consolidación empresarial.
En este contexto, la figura del emprendedor local se ubica en una tensión permanente donde, por un lado, la narrativa institucional lo destaca como pilar del desarrollo; por otro, las condiciones estructurales siguen marcadas por obstáculos históricos. El resultado es una economía con altos niveles de iniciativa empresarial, pero limitados niveles de formalización, productividad y acceso a recursos. Es ahí donde el ADN emprendedor del país encuentra su “lado B”: el que no se mide en aperturas de empresas, sino en los márgenes estrechos para sostenerlas.

El peso real de las mipymes en la economía
Bien es sabido que las mipymes representan más del 98% del tejido empresarial paraguayo y generan aproximadamente el 65% del empleo formal privado, según datos consolidados del MIC y del Instituto Nacional de Estadística (INE). Pero ese volumen no se traduce en igual capacidad de producción o crecimiento. Datos locales ubican el aporte de las mipymes al PIB entre el 15% y el 28%, lo que refleja una clara brecha estructural entre empleo y productividad. Muchas de estas empresas operan con márgenes bajos, poca tecnología y escasa proyección.
Empleo, peso social y cobertura insuficiente
La mayor parte del empleo mipyme, más allá de las startups o fintechs, se concentra en sectores de bajo valor agregado: 44% en servicios y 27% en comercio minorista, según el MIC. La industria representa una fracción mucho menor, lo que limita su capacidad de innovación, escalamiento o exportación. A esto se suma una cobertura social aún insuficiente. En palabras del viceministro de Mipymes, Gustavo Giménez, más del 94% de las mipymes no tiene un personal en IPS, siendo hoy el mayor empleador del Paraguay, ya que 8 de cada 10 trabajan en una mipyme, según expresó a través del portal del MIC.
El desafío, por tanto, no está solo en crear nuevas empresas, sino en fortalecer a las que ya existen, cerrando brechas de formalización, productividad y cobertura. El peso de los emprendedores, mipymes y startups en el empleo es innegable. Lo que falta es que ese peso se traduzca en empresas más sólidas, protegidas y con capacidad de crecer.
El camino hacia lo formal: incentivos y barreras
Aunque el ecosistema emprendedor es amplio, el salto hacia la regularización implica decisiones que no siempre son viables para quien apenas sobrevive mes a mes. Desde la política pública, en los últimos años se ha intentado invertir esa lógica a través de incentivos progresivos, simplificación de trámites y herramientas digitales que acerquen al sector informal al circuito productivo formal. Una de las principales apuestas es la Cédula Mipymes, lanzada como parte del nuevo esquema de registro simplificado.
Con el foco puesto en el alivio tributario y el acceso a beneficios, el MIC estableció un esquema escalonado para atraer a las unidades informales hacia la formalización gradual. “Queremos demostrar que ser formal, conviene; la Cédula Mipymes será otorgada de manera automática, cero costos para las microempresas durante 3 años, con la posibilidad de que, a partir del cuarto año, tengan el 75% de descuento para las micro y 50% para las pequeñas”, declaró el viceministro Giménez meses atrás.
El objetivo es que el camino hacia la formalización no se perciba como una carga, sino como una herramienta de supervivencia y expansión. La clave está en combinar incentivos reales con acompañamiento técnico y educativo, para que la transición sea sostenible y estratégica.

Startups: talento, techo bajo y fuga temprana
Por otra parte, Paraguay cuenta con un universo creciente de startups, lideradas en su mayoría por profesionales jóvenes con formación técnica sólida, especialmente en áreas como desarrollo de software, logística, servicios digitales y agroindustria. El empuje es real, pero también lo son los límites: falta de capital semilla, escasa cultura de inversión de riesgo local y un entorno que todavía no sabe cómo acompañar al emprendedor cuando empieza a despegar dentro del tejido empresarial.
Según datos del Boletín de Panorama Financiero (viceministerio de Mipymes, marzo de 2025), solo un pequeño porcentaje de las empresas del segmento de emprendimientos dinámicos logró acceder a financiamiento formal a través de productos bancarios tradicionales. Las razones son múltiples: modelos de negocio sin garantías convencionales, riesgos percibidos como altos, y un sistema financiero aún anclado en criterios de evaluación clásicos.
Incubación, pero con ecosistema incompleto
En este esquema, pocas son las aliadas que buscan el impulso del segmento. Una de ellas es Koga, una de las pocas plataformas locales que sostiene un trabajo sistemático de incubación y vinculación con fondos regionales. En alianza con BID Lab, lidera el programa Caminos, una iniciativa que identifica, capacita y conecta a emprendedores de impacto en Paraguay en etapas iniciales. Este tipo de espacios ofrece formación, redes de contacto y herramientas de validación, pero aún son insuficientes frente a la demanda real del ecosistema.
El resto del entorno institucional —fondos locales, políticas públicas específicas, redes de mentoría consolidadas— sigue siendo limitado. Por eso muchas startups optan por escalar desde el exterior, en busca de entornos con mayor dinamismo financiero y regulatorio.
Fintechs, pagos digitales y nueva formalidad
En contraste, el ecosistema fintech paraguayo ha experimentado un crecimiento notable, sobre todo en lo que respecta a medios de pago electrónicos. Este avance tuvo un punto de inflexión con la promulgación de la Ley del Sistema Nacional de Pagos (SNP) en abril de 2025, que otorgó un marco jurídico claro a instrumentos como las billeteras electrónicas, pagos móviles y transferencias instantáneas.
Según datos de la banca matriz, el Sistema de Pagos Instantáneos (SPI) —una infraestructura clave para la digitalización financiera— registró más de 174 millones de operaciones entre enero y julio, duplicando el volumen del mismo período del año anterior.
Inclusión acelerada, pero con vacíos
Por esto, si bien la adopción tecnológica avanza con rapidez, la institucionalidad aún no está completamente adaptada. Las fintechs, en su mayoría, siguen operando bajo figuras jurídicas tradicionales, sin un marco específico que regule su actividad como proveedores tecnológicos financieros. Esto limita su capacidad de captar inversión, acceder a líneas de crédito o escalar modelos de negocio más complejos.
Además, el vínculo entre pagos digitales y formalización sigue siendo débil. Muchos usuarios adoptan billeteras electrónicas como una solución transaccional, sin integrarse necesariamente al sistema tributario ni laboral. El desafío radica en que esta inclusión financiera —hoy en expansión— se convierta en una puerta de entrada real a la economía formal, especialmente para micro y pequeñas unidades productivas.
Crédito y garantías: un acceso aún condicionado
En resumidas cuentas, uno de los grandes cuellos de botella para el crecimiento de las mipymes y startups paraguayas sigue siendo el acceso a financiamiento formal. La oferta bancaria tradicional exige garantías, historial crediticio y márgenes de rentabilidad que gran parte del segmento no puede demostrar, al menos en sus primeras etapas. El resultado se refleja en una mayoría de empresas subcapitalizadas, operando con flujos inestables o financiamiento informal, lo que termina reforzando su vulnerabilidad.
De medida coyuntural a política estructural
En respuesta a esta necesidad, durante la pandemia nació el Fondo de Garantías del Paraguay (Fogapy), creado como una herramienta de respuesta rápida. Pero su impacto superó el marco de la emergencia: en 2025, ya se había consolidado como un instrumento clave de cobertura para el acceso a crédito de mipymes formales, operado a través de la Agencia Financiera de Desarrollo (AFD).
Según explicó Stella Guillén, presidenta de la AFD, a través de una publicación del organismo: “Evolucionamos de un esquema de emergencia a un sistema de garantías con vocación permanente. Hoy movilizamos crédito donde la falta de garantías era un freno y lo hacemos con criterios de inclusión y sostenibilidad”.
Así, en lo que va de este 2025 Fogapy alcanzó un récord de 8.912 garantías emitidas, según datos oficiales, lo que representa un crecimiento del 77,5% en comparación al 2022. Sin embargo, desde los gremios del sector advierten que aún hay brechas territoriales y de género importantes en el acceso efectivo al crédito, siendo que las empresas lideradas por mujeres o radicadas fuera de Asunción y Central enfrentan más obstáculos, incluso con cobertura estatal.
A pesar del crecimiento del crédito dirigido a mipymes y startups, su participación dentro del total sigue siendo reducida. Esta brecha refleja un sistema financiero que aún prioriza operaciones de gran escala, mientras que los emprendimientos de menor porte deben afrontar tasas más altas, mayores requisitos y menor margen de negociación.
