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La semana pasada tuvimos dos ejemplos de absurdos que causaron indignación ante nuestro patético sistema de “lucha” contra la delincuencia.
El martes 15 Lindomar Reges Furtado, sindicado como uno de los narcos más buscados en el Brasil y sobre el cual la Policía Federal brasileña hizo un trabajo de inteligencia de dos años para ubicarlo, huyó en las narices de una comitiva policial judicial que había ido a allanar el Paraná Country Club y apresar al hombre. El “allanamiento” tuvo ribetes de una de esas comedias de enredos, ocultamientos, corridas y despistes dirigidas por el genial Buster Keaton. Aquello fue un amasijo de torpezas patentes en vídeos ya virales.
Una caravana que más que de feroces agentes parecía la de un grupo de estudiantes tras el último examen de la carrera; la vocecita de una agente fiscal pidiendo permiso; los guardias privados del country mirando tensos a estos tipos que no exhibían una identidad notoria, el paso que no se abría; el tiempo que se perdía tratando de que todos entendieran de qué se trataba aquello; el narco que huía (dicen que por el portón principal) oportunamente advertido.
¿Quién advirtió al narco? ¿Los guardias o alguien de la fiscalía o la policía? ¿Quién sabía que era él a quien buscaban si en el vídeo no se oye decir a quién buscaban? ¿Por qué no atropellaron como atropellan a escuálidos microtraficantes? ¿Por qué no hubo control policial cubriendo todas las posibles salidas?
Hay demasiadas preguntas que permanecen sueltas en torno a este caso que expone internacionalmente nuestra “displicencia” en asuntos que atañen a personajes de volumen en el mundo del hampa.
En contrapartida a ese río de tosquedades a orillas del Paraná, a Nacho Masulli, recordado por la ciudadanía debido a su liderazgo en la creación de una cadena de distribución de alimentos entre afectados por la pandemia, le hicieron vivir una minipesadilla: lo citaron para una comparecencia judicial el 16 de febrero por un “abominable delito” contra el ambiente cometido en julio del 2020, cuando sacó a su mascota a la calle luego de las 22, tope del horario de cuarentena sanitaria. Encima, lo sometieron a un humillante “estudio psicológico” ¿en búsqueda de algún trauma en un muchacho que demostró su salud espiritual con su solidaridad social?
Lindomar y Nacho son dos formas opuestas de inconsecuencias en la acción de nuestras autoridades para el cumplimiento de sus obligaciones.
Para los grandes crímenes, actitud blandengue. Pero para las faltas menores, nuestro sistema judicial utiliza la misma arrogancia grotesca de quienes juzgaron a Josef K en la inquietante novela de Kafka.