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Existen organizaciones estatales y privadas que llevan adelante programas para trabajar con sectores sociales vulnerables, muchas de ellas tienen además campañas específicas –generalmente anuales- que desarrollan con mucha visibilidad, mientras otras trabajan haciendo “menos ruido”; todas tienen la mejor de las intenciones y hay demasiada gente involucrada dando lo mejor de sí, pero en absolutamente todo lo que haga para mejorar la calidad de vida de la gente, aquello que se emprenda siempre será insuficiente, y más aún en nuestro país donde muchas de estas entidades tienen severos déficits de eficacia y transparencia administrativa.
Pero no busquemos culpar siempre a quienes –con más o menos éxito- trabajan sobre estos complicados temas desde organizaciones y estamentos ya debidamente establecidos. Los mismos, en mayor o menor medida, precisan de apoyo financiero, fundamental para llevar adelante sus programas. Sin los mismos, que deberán ser correctamente administrados, tienen muy pocas probabilidades de llegar a buen puerto. Y es aquí donde usted y yo entramos a tallar, porque realmente hay demasiadas posibilidades de ayudar en forma concreta, y esto comienza por informarnos debidamente y colaborar (a través de la prestación de servicios o un aporte permanente que se pueda considerar en un presupuesto) con la institución que nos agrade más por sus fines o nos parezca más seria por su trayectoria o resultados.
El genial Quino (Joaquín Salvador Lavado Tejón, 17/06/1931 – 30/09/2020), brillante humorista gráfico e historietista argentino, tuvo su obra más conocida en la tira cómica Mafalda (niña de pensamiento crítico que es su personaje principal), que fuera publicada entre 1964 y 1973, donde a través de sus personajes, que eran niños, pero representaban en realidad a adultos en la mejor y peor de sus facetas, y en donde con humor marcadamente ácido e incluso cínico ahondaba con frecuencia en la miseria y el absurdo de la condición humana. Así, hace al lector enfrentarse a la burocracia (así se llamaba también la tortuga de Mafalda, por lo lenta), a los errores de la autoridad, a las instituciones inútiles o a la estrechez de miras. Otro recurso al que apela es la reducción al absurdo de situaciones conocidas y habituales.
En una publicación, que representa con maestría el humor punzante e ironía tan cruel que hasta llega al sarcasmo, Susanita (amiguita de Mafalda), tiene con ésta un diálogo que transcurre más o menos de la siguiente forma: “Cuando sea grande, quiero ser una dama de la alta sociedad” –dice Susanita, a lo que Mafalda responde. “¿Y para qué, aparte de lo obvio?”, “Y bueno, para recaudar donaciones a través de eventos como tardes de té espectaculares con las damas de mi condición, en donde comeremos galletitas danesas y delikatessen, para juntar fondos y comprar harina, galleta, aceite y todas esas cosas que come la gente pobre”.
Sobrepuestos del choque frontal con la realidad (¿les sonó parecido a alguna situación conocida?) con el que nos confronta el buenazo de Quino, también podemos apreciar en su obra un enfoque pesimista de la realidad, que no impide que sus historias estén llenas de ternura y se muestre una simpatía por las víctimas de la vida (empleados, niños, amas de casa, pensionistas, oscuros artistas, etcétera), pero lejos de ocultar sus fallos y limitaciones. Pero el autor, inclusive en sus caricaturas de Jefes opresivos, burócratas insensibles y damas acaudaladas embriagadas de sus propios egos, no deja de denotar un atisbo de cierta simpatía, por ser los mismos a su vez víctimas de su propia estupidez.
¿Cuántas veces vemos enormes eventos, en donde con rimbombancia se anuncia la recaudación de cifras considerables, sin tener en cuenta que ese marco de lujo y la presencia de gente famosa conlleva gastos que se podrían evitar y sumar a los fondos para el uso que realmente precisan? ¿Cuántas ONG´s, subvencionadas por países con cargo de conciencia por las atrocidades que cometieron para cimentar sus actuales posiciones de ventaja sociopolítica, alquilan espacios innecesariamente onerosos, con transportes y equipamientos que están fuera de toda lógica, a la vista de la gente a la que asisten se termina beneficiando con solo una parte proporcional de los fondos originales destinados a ellos?
En lo que usted y yo podamos contribuir, no está mal y es de ciudadanos comprometidos practicar la projimidad caritativa, y de esa manera ayudar con un billete a una persona que extiende la mano –entendiendo que gente así siempre va a existir- o ser dadivosos donando comida o medicamentos ante las necesidades que se presentan, pero este tipo de ayuda no es sostenible: Para ayudar a cambiar realmente -aunque sea en pequeña medida- el sistema es necesario asumir compromiso reales y consistentes.
Como sociedad, busquemos practicar la solidaridad, que se ejerce en forma horizontal, como una relación entre iguales que cooperan, y salgamos de la caridad que se ejerce desde una posición de superioridad o dominio hacia personas o grupos, que por diferentes razones se encuentran en una posición subordinada o dependiente. De esta forma, practicando la ayuda al prójimo desde y sobre la justicia, dejamos de lado la práctica de la filantropía que se construye sobre la desigualdad y la injusticia, que se han producido desde el privilegio y la discriminación.