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Solo con ver las noticias es notorio cómo los asaltos, robos y hurtos son constantes. Cada día se suman víctimas a las estadísticas de estos hechos, reflejando una realidad un poco alejada a las cifras que maneja la Policía Nacional.
A nosotros como periodistas, nos toca cubrir y publicar a diario casos en donde ciudadanos trabajadores, de a pie, estudiantes, padres, madres e hijos son víctimas de asaltantes que se pasean libremente por las calles de Asunción y Gran Asunción.
Teniendo en cuenta este panorama, pareciera ser que las calles son tierra de nadie, y que debemos encerrarnos en nuestras casas. Sin embargo, a veces ni siquiera en nuestros hogares estamos a salvo.
El martes último fui víctima de la peor experiencia de mi vida. Delincuentes armados ingresaron a mi casa en pleno mediodía, llegaron hasta mi habitación, y apuntándome con un revólver, me despojaron de mi teléfono celular y una notebook que -si bien eran herramientas de trabajo- son cosas que con el tiempo y dinero pueden recuperarse.
Lo que no se recupera es el trauma de ser víctima de un asalto en un espacio tan íntimo y personal. Esa sensación de inseguridad constante, con el miedo de que con cada vez que se abra la puerta aparezca nuevamente esa figura del asaltante armado, amenazando la vida de uno.
Ojalá esta misma sensación de miedo e inseguridad la tengan quienes roban al Estado, quienes dejan sin merienda escolar a los niños o dejan que se les caiga el techo encima, o los matones que se llevan vidas inocentes, o los estafadores que hacen daño a la sociedad abusando de su poder, o simplemente utilizando la fuerza y violencia para sacar sus posesiones a quienes menos tienen.
Sin embargo, el historial de impunidad es marca registrada en nuestras instituciones, dejando a los criminales al libre albedrío y a los ciudadanos a merced de sus actos violentos.
Por todo eso Señor Comandante, es difícil recuperar la confianza en la policía y en el Estado.
pedro.dare@abc.com.py