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El cartismo volvió al poder con el favor mayoritario de la población. Sin sorpresas, esta legitimidad pronto quedó desdibujada con el apuro de asaltar cualquier hueco que ayude a “estar mejor”. Este asedio al poder nos remite a los piratas que esperaban la llegada de alguna nave para saquearla. ¿Qué otra cosa hacen los políticos? Invaden las instituciones del Estado de parentelas con muy buenos salarios. Esta ocupación, ilegal y desordenada, le cuesta al país miles de millones de guaraníes que podrían servir para atender reales necesidades de la población. Para peor, ahora se gastará otra considerable suma de dinero para ampliar el edificio del Parlamento que ya no da para albergar a tantos funcionarios que colman los pasillos. Pero más espacio no va a significar sino más sitios para nuevos parientes. Santiago Peña había prometido en su campaña miles de puestos de trabajo. Lo está cumpliendo. Aseguró también “vamos a estar mejor”. Y lo están. Los cartistas no dijeron “ustedes van a estar mejor”.
El asalto al poder quedó graficado con lo sucedido al presidente del Congreso, Silvio Ovelar. Fue el senador más votado pero pronto, también, el más botado en las redes sociales. Fue a raíz de su comentario acerca de la “mediocridad” de los maestros de las escuelas públicas que impiden a los alumnos competir con éxito frente a los estudiantes de colegios privados. El senador Ovelar presentó a su hijo como testimonio de sus afirmaciones. Tiene razón en líneas generales. Desde siempre, la educación en el Paraguay ayuda muy poco para que, desde las escuelas públicas, se construya una sociedad vigorosa. Abren distancias y cavan abismos entre alumnos pobres y alumnos ricos. Salvo excepciones, los primeros están condenados a un futuro sin esperanzas. Hasta aquí, el senador Ovelar tiene razón. Donde se enredó fue cuando redujo el problema a los maestros sin tener en cuenta a la comunidad educativa, a los padres que no ayudan a sus hijos, los locales escolares que se caen a pedazos, sin ventiladores con este calor de infierno, sin muebles, sin útiles, un salario infinitamente menor que el de cualquier funcionario que nada hace, que para nada sirve y cuyo “mérito” –el único- es tener un padre o un padrino en las esferas del poder, sin las exigencias mínimas de saber leer y escribir.
Está bien las exigencias a los maestros de las escuelas públicas, pero deben ir acompañadas de las condiciones que hagan posible esas exigencias.
Hay otra cuestión: existe la idea de que los colegios privados dan al país mejores ciudadanos. Se parte de la idea de que los mejores colegios son los más costosos. Tenemos ejemplos a raudales de que de esas aulas no salen precisamente sujetos que son ejemplos de virtud y sabiduría. Muchas de nuestras más altas autoridades formadas en costosos colegios privados, son modelos de corrupción, arbitrariedad, prepotencia, autoritarismo, extremada pobreza moral e intelectual. Basta con fijarnos qué cuestiones defienden y qué las rechazan.
¿De qué institución educativa salió, por caso, el diputado que presentó un proyecto de ley –ahora con media sanción- que premia a los que roban el dinero público? ¿No es repudiable alentar la corrupción?
Hay muchos temas por tratar todavía acerca de estos cuatro y tumultuosos meses de gobierno que encabeza –o dice encabezar- Santiago Peña.
De todos modos, feliz Año Nuevo.