De la memoria y el olvido

En su cuento Funes el Memorioso, Jorge Luis Borges describe a un extraño personaje que tiene la particularidad de no olvidarse de nada: puede precisar cada detalle, color, sensación, elemento, rostro que vio desde la aparición de aquel don. Lo que para muchos sería un superpoder, para Funes resulta desesperante.

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El que todo lo recuerda, no puede mantenerse en el tiempo presente, vive del pasado. “Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”, señala Borges.

Rodrigo Quían Quiroga, destacado neurocientífico argentino, afirmó en un artículo de la revista Nature que, para la flexibilidad cognitiva es importante olvidar o poder traer recuerdos imprecisos. También dice que esta gimnasia mental es central para la activación de la creatividad y para la resolución de problemas.

Un equipo de investigadores de Estados Unidos y Japón (Centro de Genética de Circuitos Neuronales Riken- IMT) encontró que el cerebro hace un “duplicado”; es decir, dos memorias de un mismo evento. Una es para el aquí y el ahora, y la otra para el resto de la vida.

La memoria y el olvido pertenecen a un territorio cuyo estudio intriga tanto como desconcierta. Están esas extrañas distorsiones de la memoria como la llamada falsa reminiscencia o déjà vu, lo ya visto. A mí me ataca un déjà vu fastidioso cuando escucho las declaraciones de algunos políticos cartistas, como los que instalaron la comisión garrote para perseguir a quienes les molestan porque tienen pensamientos diferentes, que impulsan cambios a favor de los derechos humanos. Siento que esto ya lo viví en tiempos de la dictadura.

A pesar de que en la actualidad existen la inteligencia artificial y las memorias electrónicas con capacidad de almacenar bibliotecas enteras en diminutos chips, la memoria humana sigue siendo un prodigioso archivo. Un pueblo sin memoria es un pueblo sin alma

Hay una generación que ha dejado de ejercitar la memoria o la delega a dispositivos digitales. ¿Estamos perdiendo la memoria? Y si así fuera, ¿cuáles serían las consecuencias?

En nuestra escolaridad escribíamos a mano, aprendíamos caligrafía, memorizábamos las tablas de sumar, restar y multiplicar. Recitábamos de memoria poemas completos y en las sobremesas se hacía competencia de refranes. Teníamos en la cabeza una agenda de números telefónicos y un GPS con el nombre de las calles y el número de las casas de familiares y amistades. En alguna zona de nuestro interior están atesorados millones de bits de información, donde está misteriosamente codificado todo lo que aprendimos desde bebés: como caminar, correr, agarrar objetos con la mano, reír, andar en bicicleta, tatarear una canción, etc.

Existe una falta de memoria que empobrece y limita; nos quita herramientas y nos dificulta la comprensión del pasado, pero también del presente y del futuro.

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