La regla de oro

Para una convivencia fraterna todo grupo humano debe tener reglas, pues es frecuente que unos quieran explotar a otros, sea por la fuerza física, fuerza económica o poderío militar.

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Los motivos que impulsan a maltratar al prójimo son muy variados, y en varias ocasiones son disfrazados y presentados de modo falso. Pero, la sed de poder es algo endémico, ya que, cuando se está dentro del poder, se está muy cerca de meter la mano en la plata de todos.

También tiene notable importancia la estructura psicológica de la persona, pues una baja autoestima impulsa a la soberbia y la inseguridad induce a ser pelota jára.

Para disciplinar nuestras malas inclinaciones, la espiritualidad cristiana nos advierte sobre tres reglas.

La primera es la “regla de bronce”, que afirma “Ojo por ojo, diente por diente”. Esto significa que no se debe perdonar, no se puede tolerar nada y hay que vengarse. Sin embargo, es una venganza “mesurada”, pues es un diente por un diente, y no un diente por diez dientes. Es una norma utilizada por cavernícolas y trogloditas.

Después, tenemos la “regla de plata”, que evidentemente es superior a la anterior. Y sostiene: “No hagas a nadie lo que no quieras para ti” (Tob. 4,15)

Nuestra sociedad sería muy distinta si pusiéramos en práctica esta sabia enseñanza del Antiguo Testamento. Si no quiero que roben mi cartera, no voy a robar la cartera del otro; si no deseo que me pongan zancadillas, no voy a hacer trampas para el otro; si no quiero que hagan chismes de mi persona, no voy a ser radio so’o del otro, y principalmente, de la otra.

Únicamente con Jesucristo llegamos a la “regla de oro” - Lc 6,31: “Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes”. Es la revolución del amor cristiano.

Es la nobleza de tomar la iniciativa para hacer el bien, y no paralizarse en extravagantes matemáticas sobre cuánto por ciento de obligación de hacer el bien tengo yo, y cuánto por ciento de obligación tiene el otro.

Entonces, si deseo que me saluden por la mañana, yo debo tomar la iniciativa de saludar; si quiero que recen por mí, yo he de rezar por el otro; si anhelo que me traten honestamente en los negocios, yo he de tomar la iniciativa de manejar honestamente los negocios del otro.

Jesús también nos invita a que seamos compasivos, como el Padre celestial lo es con todos, y que hagamos el bien a los que nos hacen el mal.

Paz y bien

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