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Desde la elección de su nombre, hasta los primeros signos que lanzó al aparecer en un balcón que tenía la atención mundial, demostró hacia dónde llevaría su mandato.
Francisco eligió ser un pastor humilde y lo demostró con cada paso que dio en su papado. Lejos de las poses y de los flashes, evitaba muchas veces ser visto cuando visitaba a ancianos, enfermos o presos en las cárceles. En su testamento espiritual mencionó que entregaba su sufrimiento, en el ocaso de su vida, por la paz.
Sabemos que no habrá otro igual porque cada Papa deja su propia impronta y aunque todos pertenezcan a la misma Iglesia, existen criterios dispares a la hora de enfrentar el mundo de la actualidad. Pero ¡qué bálsamo fue Francisco para los que querían sentir a una Iglesia cercana! Una con “pastores con olor a oveja”, como él mismo lo pedía. Fue también un apóstol de la alegría, si se quiere reconocer el humor con el que muchas veces sorprendió a sus interlocutores.
Eligió como lema “Lo miró con misericordia y lo eligió”, dejó atrás los coches blindados, sorprendió con su vestimenta sencilla, se reconocía pecador y él mismo pedía a todos que lo ayuden con su oración, siempre. Tampoco le tembló la mano para dejar sin sus derechos cardenalicios al que fue encontrado culpable de malversar fondos, y sí, la Iglesia también los tiene.
Lejos de otros jefes de Estado a los que se les puede criticar su vida incoherente al llenarse la boca en nombre de los pobres, Francisco demostró ser el “Papa Humilde”, quiso dejar claro en cada gesto que realmente vivía lo que proclamaba, y lo hacía de manera natural, sin exposición. Además, no fue solamente durante su vida, porque dispuso que así sea también una vez que deje este mundo.
Francisco demostró ser un líder con coherencia, humano, que se equivocaba y pedía perdón por ello, y que lejos de irse como un poderoso, se fue trabajando con humildad hasta sus últimas horas. En su lápida no quedará más que su nombre en latín, porque toda la descripción de su vida ya la hizo viviendo.
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