Nos decía el cardenal Cristóbal López ese mismo día, en la 7.30 AM ABC Cardinal, que el papa tomó muchas decisiones “que no han gustado” y que “puso en crisis” muchas certidumbres. Esa noche, en ABC TV, Mariano García, rector de la Universidad Jesuítica de nuestro país, explicó que la posición del papa sobre migración o clima “generó disgustos en sectores de la Iglesia” y al día siguiente el periodista Oriol Trillas de “El Mundo” de Madrid, coincidió con ambos religiosos, en la 7.30, en que el pontificado causó polarización y no logró el objetivo de incorporar a la fe a los sectores a los que cortejó.
Trillas fue más allá de las coincidencias que tuvo con los religiosos. Sostuvo que Francisco “desacralizó el papado”, lo cual fue confirmado, por si faltaran evidencias, por las disposiciones que el mismo pontífice ordenó para su propio funeral, al que pretendió despojar del boato y la pompa que adornaron durante casi dos milenios estas ceremonias.
Por haber observado durante todos estos años las cosas que hicieron notar mis mencionados entrevistados, mi balance de la gestión del papa Francisco es negativo: Dejó a la Iglesia peor de lo que la encontró, debiendo enfrentar ahora, después de muchísimo tiempo, un cónclave, una elección papal, que corre el riesgo de convertir en fractura la polarización.
No es la primera vez que la Iglesia se encuentra en crisis. Las tuvo antes y algunas parecieron terminales, como la del exilio de Avignon o la Revolución Francesa, pero esta es la primera, al menos desde el Edicto de Milán, que se produce en un clima de pérdida generalizada de la fe en la mayor parte de las sociedades occidentales en la que estuvo siempre su implantación principal.
Y en ese peligroso entorno, el pontificado de Francisco no acertó la dirección estratégica. El número de fieles, la base misional de la Iglesia, aumentó considerablemente en países periféricos y hay crecimiento en Estados Unidos, pero ni lo uno ni lo otro compensan las pérdidas en los países que eran la nutriente del catolicismo: El catolicismo guineano está muy lejos todavía de poder igualar lo que el catolicismo polaco, por poner un ejemplo, proporcionaba a la estructura funcional de la Iglesia.
El cónclave que elegirá al sucesor de Francisco puede rectificar el rumbo, pero los números no dan mucha esperanza; el fallecido papa llenó el colegio de cardenales con sus partidarios, hasta en eso falló pues pensó el tema en términos de su poder personal y no en los de la influencia de la Iglesia.
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