Hace la diferencia

Durante la Semana Santa pasada, aprovechando el buen clima de ese feriado largo, el grupo de amigos decidió dedicar una jornada a la pesca. Si bien debido a la larga sequía y lo encajonado que encontraron el río la perspectiva no era de lo más auspiciosa, se encaminaron bien predispuestos a probar suerte en el Monday, afluente del caudaloso Paraná. Como manda la tradición, las cañas de pescar estaban listas, la carnada seleccionada y la conservadora bien llena con avíos y desde luego algo para tomar. Todo presto para pasarla de la mejor manera.

Las horas pasaron y los pronósticos se confirmaron. La marcada bajante del río, donde aún no influyeron las últimas lluvias, no colaboró a que piquen los peces. Pero siempre esta situación es muy apropiada para compartir bromas y anécdotas, que nunca faltan, y también detenerse a observar lo que pasa alrededor.

En este sentido, y aplicando aquello de “mal de muchos consuelo de tontos”, era claro que los demás pescadores de la zona, tanto en embarcaciones como desde la orilla, tampoco corrían con mejor suerte. Las expresiones del tipo “¿Mba’eteko los amigos, osêmimí pio la pirá? acompañadas de un saludo con la mano y respondidas más o menos bajo el patrón generalizado de “Secaverá, ndaipóri mba’evete” se sucedieron varias veces. También los deseos bien intencionados de que quizás más tarde la suerte mejoraría.

Entre la gente pescando, llamaron la atención a estos amigos un señor de cierta edad que se encontraba a orillas del río, vestido con la ropa cómoda y generalmente algo gastada que se usa para estas ocasiones, con el infaltable sombrero pirí que lo protegía del sol. Cerca suyo estaba una joven que por la edad y el trato sería la hija, pero que a diferencia del padre lucía una vestimenta deportiva impecable y claramente costosa.

La espera y el tedio llevaron a una charla con ellos, de la que resultó que el señor era pariente de la esposa de uno de los amigos. También, que efectivamente la chica era la hija menor, quien estaba de visita en casa de los padres, de vacaciones en su trabajo en Buenos Aires. Relató que viajó allá un par de años atrás en busca de mejores horizontes, y efectivamente le había ido relativamente bien. Así, aprovechó las fechas para visitar a sus parientes, y como es tan común en nuestra tradición paraguaya, vino trayendo regalos y también dinero para ayudar a su familia.

Bastante sorprendidos quedaron nuestros amigos pescadores, y no solamente por la elegancia de la chica (¡claro que tenía que mostrar que le iba bien!) ni por las anécdotas de sus vivencias en la capital porteña. Lo que sí dejó pensando a todos fue algo que hizo y que no es común de ver en nuestro medio: la chica juntó en una bolsa todas las latas vacías, envoltorios plásticos y otros residuos que otras personas -mayormente pescadores- habían dejado antes esparcidos en el lugar.

Digno de admiración: a pesar de su juventud y quizás hasta algunos modales desenfadados, propios de la edad, limpió toda el área con cuidado, dejándola al retirarse impecable… como debería estar siempre. Un gesto pequeño, pero grande en significado. El propio papá acusó recibo, mirando con aprobación primero y colaborando al cabo de un momento. A todos cuantos pudieron ver y percatarse de lo que estaba haciendo, les dejó una lección sobre normas de convivencia y responsabilidad ambiental.

Desde hace décadas, la Argentina ha sido un destino apetecible para los paraguayos que buscan mejores estándares de vida. Su condición de país limítrofe y política amigable con relación a la mano de obra paraguaya confiable y calificada hicieron posible que más de 520 mil connacionales residan hoy en ese país.

De esta forma, los paraguayos constituyen el mayor porcentaje de residentes extranjeros, siendo un poco más del 27% del total de inmigrantes. Tan solo este hecho, debe hacernos rever muchas veces los juicios que formulamos con relación a los argentinos, una nación con la que tenemos una deuda enorme en muchos sentidos.

La historia personal de esta chica y lo que hizo específicamente ese día a orillas del Monday son una prueba más de que emigrar no representa solamente la posibilidad de acceder a beneficios económicos para muchos paraguayos. También constituye la posibilidad de acceder a mejores servicios de salud y educación, además de adquirir conocimientos y asimilar prácticas que aquí son muy necesarias. Esa visión ampliada del mundo que, por varios factores, la mediterraneidad incluida -sí, así mismo, a pesar de vivir en pleno siglo 21- aún nos limitan, y bastante.

Somos un pueblo aferrado a sus costumbres, y a ciertos usos que ya debemos cambiar. Un país con gigantescas reservas hídricas en el subsuelo y quizás el más regado por ríos con relación a su superficie, pero esto es un recurso finito y debemos imperativamente cuidarlo. Señales de cambio y formas distintas de hacer las cosas son vistas muchas veces con recelo, cuando en realidad se trata de una transformación de la manera de pensar y actuar.

Así como el caso de esta paraguaya que trabaja en Buenos Aires, viajar, trabajar o estudiar afuera marcan la diferencia, absorbiendo otras culturas. En ese par de horas a orillas de un río en el interior, esa chica enseñó a muchos que mirar hacia afuera hace la diferencia.

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