Poderosa mini urbe

La realización del cónclave 2025 concentra la atención mundial y cabe preguntarse -considerando el contexto global- si esta elección de un nuevo Papa es más política que religiosa.

La plaza de San Pedro será escenario el miércoles 7 de una muestra de fervor universal y el mundo se detendrá cada vez que la chimenea vaticana emita humo.

Se hace cuesta arriba al buscar una respuesta cuando tenemos en una misma persona, por un lado, al líder de una iglesia que supera los 1.400 millones de feligreses y, por el otro, al jefe del Estado Vaticano; que aunque pequeño y cientos de años de historia es una institución de una influencia geopolitica extraordinaria.

La elección del próximo Papa no es solo un evento religioso, sino un acontecimiento de relevancia mundial. No es para menos. Nombrar al siguiente para la silla de Pedro conlleva profundas implicancias, como el equilibrio entre la fe y la diplomacia.

Tras los muros vaticanos y a la espera de la fumata blanca todo está listo en Roma para el inicio de una de las reuniones masivas más herméticas del mundo.

Mientras leés esto la Capilla Sixtina está siendo bloqueada al máximo para evitar filtraciones. El desafío técnico es gigante frente al avance tecnológico y el peso de un rito milenario.

La votación de la que participarán los 133 cardenales -dos paraguayos con derecho a voto por primera vez y elegibles una vez ingresen a la Sixtina- tiene mucho de misticismo, pero es imposible creer que se trate solo de un evento espiritual.

La búsqueda del sucesor de Francisco -para muchos humanista, para otros reformista, y para otros más muy disruptivo- se da en un escenario internacional polarizado, mientras en la mini orbe se debate la coexistencia de la preservación de la fe y las exigencias propias de un mundo cambiante.

En las congregaciones generales los cardenales ejercitan la lectura de cuál es el lugar y el futuro de la Iglesia en este siglo mientras deciden quién será el próximo Papa.

En más de una ocasión la diplomacia silenciosa le permitió mediar en conflictos donde las principales figuras de las potencias mundiales fracasaron. El “soft power” vaticano, reservado pero efectivo, pareciera contradecir la idea del auge de la secularidad.

El día del funeral de Francisco una foto recorrió el mundo: los presidentes Donald Trump (EE.UU.) y Volodimir Zelensky (Ucrania) sentidos ‘cara a cara’ en la simplicidad de una silla ante la imponente cúpula de la Basílica de San Pedro. ¡Menudo escenario!

A lo largo del funeral de Francisco fuimos también testigos de un desfile de simbolismos y ritos (y demostración de poder) como pocas instituciones en el mundo aún lo preservan. Sin olvidar las repercusiones que tuvo y tendrá la presencia o la ausencia de un líder en la despedida del jefe de la Iglesia Católica, institución que en el ejercicio de su poder local podría tumbar o sostener gobiernos.

La Santa Sede “siempre toma nota”, me confesó recientemente fuera de micrófono un exdiplomático avezado en asuntos vaticanos. Es para pensarlo. Analizarlo.

El crecimiento demográfico católico en lo que hoy llaman el Sur Global se metió en el debate de la elección y hay quienes abogan por un pontífice oriundo del Asia, África o la continuidad de América Latina. ¿Por qué no Paraguay?

Los cardenales buscan a quien abrace un futuro multicultural y la tradición de la fe católica, que promueva el diálogo interreligioso, poseedor de un carisma que invite a los jóvenes a sumarse a la Iglesia y firmeza teológica. ¿Difícil? La Iglesia siempre sorprende. Así lo hizo cuando nos presentó al papa Francisco.

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