En más de una novela de John Le Carré Estambul fue epicentro del suspense y en los salones del elegante Hotel Pera Palas los enviados, espías y sicarios de las grandes potencias ultimaban planes que podían desestabilizar el mundo o frenar un conflicto internacional. Hasta en la mítica serie Homeland, de la plataforma HBO, agentes de la CIA daban caza a los enemigos yihadistas en las orillas del Bósforo.
Estambul continúa siendo escenario de encuentros y desencuentros. Tanto es así, que delegaciones del más alto rango de Rusia y Ucrania tenían previsto reunirse este jueves allí. Ya lo habían hecho a principios de 2022 y esta ocasión iba a ser la primera desde que Rusia inició la invasión a Ucrania hace tres años con el objetivo de anexar el país vecino.
Lo acordado era una cita entre el presidente ucraniano Volodimir Zelenski y su homólogo ruso Vladímir Putin, una iniciativa que el segundo propuso antes de celebración de la victoria soviética contra la Alemania nazi, jornada especial en la que se le vio acompañado por sus socios habituales: el chino Xi Jinping, el cubano Miguel-Díaz Canel, el venezolano Nicolás Maduro e incluso generales de Corea del Norte, cuyo líder máximo, Kim Jong Un, le provee soldados al Kremlin para reforzar la invasión de Ucrania.
Zelenski, que es un hombre de palabra y que lucha sin descanso para que acabe de una vez una guerra que, hasta ahora, se ha saldado con alrededor de un millón de muertos en los dos frentes, llegó puntual a Turquía; primero se reunió en Ankara con el presidente del país anfitrión, Recep Tayyip Erdogan, a la espera de trasladarse a Estambul, previsto como el punto de encuentro con el gobernante ruso. Sin embargo, Putin no aparecía en la lista de la delegación rusa, compuesta, al final, por funcionarios de segunda fila de Exteriores, cuya portavoz calificó al presidente ucraniano de “payaso”.
Una vez más, quedó patente que era una treta del Kremlin para dilatar unas conversaciones de paz en las que no cree porque su propósito es el de ganar tiempo a la vez que continúan los bombardeos y se aseguran territorios ocupados. Ante otro nuevo desaire, Zelenski también decidió enviar a Estambul delegados de menos rango. Si Putin le daba plantón, él tampoco acudiría a una cita que ya no tenía demasiado sentido.
Tampoco apareció el presidente estadounidense Donald Trump, que andaba de gira por el Medio Oriente y cortejando a la monarquía absolutista de Qatar tras el anuncio de que la familia real qatarí le va a regalar un avión de lujo. Ninguneando a Zelenski, Trump afirmó que Putin sólo acudiría a la cumbre si él también iba, insinuando que son ellos dos los que tienen la sartén por el mango.
Ciertamente, en su papel de intermediario el republicano es todo menos imparcial: invariablemente se ha mostrado más magnánimo con la potencia invasora; ha culpado al país invadido de “provocar” el ataque ruso y, de un modo escandaloso, en febrero llegó a acorralar a Zelenski en una reunión en el Despacho Oval donde los americanos lo amenazaron e insultaron, en lo que a todas luces fue una emboscada que parecía diseñada para satisfacer los intereses de Rusia.
Es evidente que Zelenski está en desventaja frente a los otros dos protagonistas de este triángulo envenenado. No es descabellado deducir que las espantadas del ruso y del estadounidense forman parte de una estrategia conjunta para resaltar la vulnerabilidad del ucraniano, a expensas de una alianza con Estados Unidos muy debilitada bajo la administración Trump y de unos pactos con alguien tan poco fiable como Putin, un déspota con ansias imperialistas.
Sólo los países miembros de la Unión Europea continúan apoyándolo, con el francés Emmanuel Macron a la cabeza, quien, antes del fiasco en Turquía, advirtió acerca de la maniobra rusa, más interesada en marear la perdiz que en comprometerse a un alto el fuego.
A Putin le preocupa que Europa le imponga más sanciones a modo de presión, pero cuenta con los amigos que lo acompañaron en su pomposo desfile militar y también con Trump, otro maestro del juego sucio que consiste en tirar la piedra y luego esconder la mano.
En esta oportunidad, el escenario imponente y misterioso de Estambul se quedó sin los entresijos de una reunión al más alto nivel que habría proporcionado una foto tan histórica como la reciente de Trump y Zelenski en los salones del Vaticano, con el primero ligeramente inclinado como un Papa que mueve sinuosamente los hilos de la liturgia internacional. En Turquía el ucraniano sintió el frío de una guerra sin fin y sus muertos. [©FIRMAS PRESS]