El abuso que crece en el silencio

La capital espiritual del Paraguay, conocida por congregar multitudes cada diciembre, enfrenta un drama persistente y silencioso: el abuso sexual infantil. En lo que va del año, el Ministerio Público ha abierto 19 causas por abuso sexual en niños y adolescentes en esta ciudad. Una cifra que alarma a las organizaciones sociales, pero que parece no sacudir con la misma fuerza a las instituciones encargadas de proteger a los más vulnerables.

Lo más grave es que detrás de cada expediente se esconde una historia de dolor, miedo y silencio. La mayoría de los casos ocurre dentro del círculo familiar, un dato que se repite a nivel país y que dificulta aún más la denuncia y la búsqueda de justicia.

Según especialistas, el abuso infantil no solo afecta a las víctimas directas, sino que deja secuelas profundas en todo su entorno. Sin embargo, en localidades como Caacupé, la costumbre de “no meterse” en los problemas ajenos y el temor a represalias mantienen a muchas familias atrapadas en un pacto de silencio.

Esta cultura de la negación y el encubrimiento no solo favorece a los agresores, sino que condena a las víctimas a convivir con su trauma sin recibir la atención adecuada. En muchos casos, la falta de recursos y profesionales en los servicios públicos de salud mental agrava aún más la situación.

En Caacupé, como en gran parte del país, las víctimas de abuso deben enfrentarse a un sistema que no está preparado para contenerlas. La escasez de psicólogos clínicos especializados en atención infantil obliga a derivaciones que tardan semanas o incluso meses, tiempo en el cual las secuelas emocionales y físicas se profundizan.

A esto se suma la lentitud de los procesos judiciales. Muchas causas quedan estancadas por falta de pruebas, testigos reticentes o trabas burocráticas. En algunos casos, los agresores hasta permanecen en libertad dentro de la misma comunidad, generando un clima de constante miedo e impunidad.

El abuso infantil es una de las violaciones más graves a los derechos humanos, y su persistencia demuestra una deuda histórica tanto del Estado paraguayo como de la sociedad. Si bien existen leyes, como el Código de la Niñez y la Adolescencia y protocolos de atención a víctimas, su aplicación es irregular y deficiente.

Es necesario invertir realmente en prevención, educación sexual integral, servicios de salud mental accesibles y campañas para luchar contra este flagelo. Mientras las cifras crecen y las víctimas esperan respuestas, Caacupé sigue siendo el reflejo de una problemática que atraviesa todo el Paraguay. Los números de denuncias, que apenas exponen una parte del problema, son un llamado urgente a una sociedad que debe decidir si seguirá mirando para otro lado o asumirá el compromiso que corresponde, que es cuidar a su infancia.

faustina.aguero@abc.com.py

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