Solo cuando emerge una potencia, que luego se convierte en imperio, generalmente por la fuerza y logra una ascendencia frente a otras naciones, es cuando sobreviene la paz en la zona de influencia del imperio y con ella un poco de prosperidad. Así ha ocurrido siempre.
Los imperios han dominado regiones con estrategias distintas: Roma ofrecía infraestructura, ley y comercio; el Imperio Británico, instituciones y acceso a mercados; el Imperio Español, evangelización, mestizaje y un complejo marco legal para las colonias. Cada uno con su “modelo”, pero todos buscaban lo mismo: mantener su influencia.
Hoy, la escena geopolítica está acentuando la reivalidad entre Estados Unidos y la República Popular China. Esta pugna global tiene profundas implicancias para países como Paraguay, que deben decidir con qué modelo de poder alinearse.
Estados Unidos, pese a sus errores de política exterior, representa una alianza basada en valores democráticos: imperio de la ley, derechos humanos, transparencia y lucha contra el crimen organizado. Esta adhesión no siempre trae beneficios inmediatos. No garantiza que se abran automáticamente los mercados para nuestras exportaciones. Pero la historia muestra que ha habido frutos tangibles. Desde el fallo favorable del presidente Rutherford B. Hayes que nos devolvió parte del Chaco, el reconocimiento de nuestra independencia desde 1851, hasta la cooperación en institucionalidad democrática -quizá interrumpida durante el periodo de la guerra fría-.
Aun cuando pueda criticarse la efectividad de su política exterior —como bien apunta Nassim Taleb al destacar la ignorancia de la burocracia de Washington sobre los sistemas complejos—, es indiscutible que los valores que promueve Estados Unidos son deseables. La transparencia, el respeto por los derechos humanos y la lucha contra la corrupción no necesitan justificación.
¿Pero qué hay del otro modelo? El Partido Comunista Chino, que gobierna la República Popular China, ofrece un modelo autoritario que niega libertades fundamentales: la libertad de expresión, de culto, de prensa y de iniciativa política. Todo está bajo el control del Buró. Quien disiente, desaparece. No es una metáfora: lo han hecho, lo hacen, y todo indica que lo seguirán haciendo.
El régimen chino reprime brutalmente cualquier forma de oposición. Desde la masacre de Tiananmén en 1989, hasta la persecución de católicos, tibetanos y uigures. En China, el capitalismo se ejerce sin ética: sin derechos laborales, sin respeto a la propiedad intelectual, sin controles. El modelo chino no es el de un socio leal, sino el de un imperio pragmático que sigue el principio maquiavélico de que el fin justifica caulquier medio.
Algunos sectores locales promueven una relación directa con China Comunista como una panacea comercial, con el argumento de que abriría nuevos mercados. Pero estos discursos reduccionistas ignoran las profundas consecuencias institucionales y geopolíticas que ello implica.
No se trata solo de comercio. Se trata de valores. Paraguay tiene una relación sólida con Taiwán, basada en respeto mutuo y cooperación. Taiwán ha apoyado a Paraguay con inversión en capital humano, y hoy se está abriendo la posibilidad de incursionar en la transferencia tecnológica. Nuestra relación con Taiwán se está conviertiendo en una palanca para el desarrollo económico de largo plazo y un símbolo de alineación con el mundo libre.
Estamos ante un nuevo escenario de guerra fría, una tensión entre dos visiones del mundo. No sabemos aún si esta rivalidad derivará en un conflicto armado, pero sí sabemos que definirá los próximos años del orden mundial. La pregunta para Paraguay no es solo con quién queremos comerciar, sino qué clase de país queremos ser.
Aceptar las promesas de prosperidad fácil del paraíso de Marx es ignorar los costos ocultos de esa decisión. Más que un dilema comercial, es una cuestión de principios.
*Artículo gentileza. El autor es economista, especializado en políticas públicasRector de la Universidad Politécnica Taiwán-Paraguay