Las leyes están para defender valores, decía siempre uno de mis docentes en las clases de Derecho. Pero, no siempre son claros qué tipo de “valor”, que incluso puede ser interés o antivalor, respectivamente. Encarnación es una ciudad provida, ¿pero qué cambio sustancial representó para las comunidades?
Lo real es que, según datos del Ministerio Público, se evidencia que el 95% de los casos de abuso sexual en niños, son cometidos en el contexto familiar. Esto quiere decir que, en casi todos los casos, el abusador es padre, tío, hermano, padrastro, abuelo, etc.
Además, Itapúa continúa como el cuarto territorio con mayor cantidad de casos denunciados, siendo el número en este año de 102, en casi cinco meses. Representa un aumento de lo registrado el año pasado, que hasta mayo sumaban 76. Esto puede significar que se está superando el subregistro de la gran cantidad de casos que no llegan a la justicia.
En su momento, el movimiento profamilia en la ciudad surge para diferenciarse de las Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC) que buscan reivindicar valores como el feminismo, la igualdad y la equidad de género, la educación sexual entre otros. Aparece como un fenómeno contra toda esta movida conceptual que pretendía instalar el debate más “progresista” u orientado a los “derechos humanos”.
¿Pero qué familia defendemos? ¿La tradicional que fomenta valores desiguales, el machismo y el patriarcado? Es hasta hipócrita evocarse a la “vida” y a la familia cuando la base son antivalores que perpetúan varios de los problemas sociales de nuestra actualidad.
Pero más allá de lo apreciativo, qué valor real empírico tiene esta declaración en el cotidiano de la gente. Esto pues, inhabilita la posibilidad de una educación sexual integral, que permita fomentar la prevención de casos.
Se ha demostrado pues que la mayoría de los casos de abuso sexual en niñas, niños y adolescentes se han detectado desde las escuelas. La educación, entonces, puede ser una herramienta liberadora cuando los propios hogares no son un entorno seguro para nuestros niñas, niños y adolescentes.
Más allá de los valores personales, es un momento crucial para buscar alternativas reales a una problemática que está creando una generación “rota” por el abuso infantil.
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