Una pelota tatá incómoda

Un par de semanas atrás, el simple pedido de una pizza terminó en un dilema familiar, donde todos opinaron y tenían razón con sus argumentos en mayor o menor medida. No tuvieron que ver el precio, ni los ingredientes, ni siquiera el tiempo de espera. Nobleza obliga, llegó “on time”, pero el tema es cómo… El muchacho del delivery no usaba casco y su moto estaba a simple vista en muy malas condiciones. Al reclamar estas cosas, no prestó demasiada atención ni interés, así que opté por rechazar el pedido, lo que tampoco pareció importarle demasiado.

El producto que traía no era de un emprendedor del barrio, sino de una franquicia mundial. Aunque esto tampoco debería hacer diferencia alguna. Y a partir de esto pusimos sobre la mesa la situación y circunstancias que la rodean, que se manifestaron en comentarios que fueron desde “¿cómo vas a hacerle eso al pobre laburante?” pasando por “cero controles hay sobre este tema” hasta llegar a expresiones como “es la única forma de parar esto”. Sobre este punto es la reflexión de hoy.

Un estudio exploratorio reciente realizó una encuesta aleatoria de 209 personas trabajadoras en aplicaciones de delivery y transporte en Asunción y Gran Asunción. Entre ellas, el 68% indicó que es su única fuente de ingresos, y el 45,2% de los encuestados trabajan para dos o más plataformas en forma simultánea.

La fuerza laboral del Paraguay, incluyendo ocupados y desocupados, es de aproximadamente 3 millones 100 mil personas, por lo que debería ser una preocupación de la Autoridad en materia laboral determinar cuántos de ellos se dedican a este tipo de trabajo. No hay información precisa sobre el número, pero es significativo y va en crecimiento acelerado.

Aunque ocupe a miles de paraguayos, no existe una Ley del Servicio de Delivery, que se rige por las leyes generales que regulan el comercio, transporte y afines. También hay que destacar que, si bien existe un proyecto de ley del trabajo en empresas de plataformas digitales, hoy es una zona gris en la legislación.

¿Cómo es posible que este servicio, que usamos todos, esté tan desprotegido, tan fuera de control? Desde acá es donde empieza el problema.

El servicio de delivery, que ya venía en crecimiento desde antes, se potenció y volvió esencial durante la pandemia. Y al no ser obligatorio el seguro de los conductores -y estamos hablando solamente de las motos- las empresas que contratan sus servicios directamente no exigen el mismo a los prestadores.

Esta situación es intolerable. Si una franquicia mundial, que supuestamente opera según parámetros padronizados, no cumple esto, ¿cómo pedirle a una lomitería de barrio que lo haga? Y esta situación precaria del conductor se traslada también a otros elementos: No usa chaleco, ni casco, y las motocicletas se encuentran en pésimas condiciones. Ni hablemos de la forma en que circulan por las calles, para que usted y yo recibamos nuestra pizza en 15 minutos. Algo está muy mal en todo esto.

¡Qué ironía! Empresas multinacionales, que se venden como innovadoras y disruptivas, ajustan sus requisitos según el país. En algunos exigen seguro, en otros no. ¿Casualidad o causalidad? Los pícaros locales no son diferentes… ¿O acaso tiene sentido que cadenas farmacéuticas permitan que se entreguen así sus productos, so pretexto de que “la entrega es tercerizada”? Por favor, no ofendan nuestra inteligencia.

El resultado es visible: motos destartaladas, mochilas con logos desteñidos, muchachos corriendo contra el reloj, el tráfico y los algoritmos. Sin cobertura médica, sin herramientas de trabajo, sin respaldo legal. Solo con la presión de entregar rápido, cueste lo que cueste. Dolorosísimo decirlo, pero el costo para el Estado Paraguayo de la terapia intensiva de uno solo de estos trabajadores justifica que se empiecen a ocupar del tema desde el Congreso.

Ya es hora de abrir los ojos ante esta realidad. De repente no es “tan mbore” rechazar un pedido que venga en estas condiciones. O preferir a la empresa que cobra un poco más por el servicio, y lo cumple en forma. No como un castigo, sino como mensaje. No es elitismo, sino responsabilidad. Ver en cada una de estas personas a un hijo o hermano nuestro.

¿Vamos a morirnos de hambre por rechazar una pizza? No creo.

¿Va a cambiar mágicamente la realidad actual si nos seguimos haciendo de los zonzos? Tampoco.

El marco regulatorio legal, o mejor dicho su ausencia, es un reflejo de nuestras prioridades. Una situación cómoda para que algunos lucren más a costa de otros. Podemos empezar a actuar distinto. Preguntar, exigir, visibilizar. Elegir plataformas que cuiden a sus trabajadores, y no avalar la precariedad laboral, apurados en cerrar el pedido desde nuestros celulares.

Es como una pelota tatá que nos incomoda y resulta más cómodo patear hacia otro lado, pero: ¿Qué podemos hacer diferente desde hoy mismo?

Por lo menos lo mínimo: darnos cuenta de que está mal. Y después, aunque sea… actuar como si nos importara.

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