¡Una bestialidad!

Los estudiosos del comportamiento humano tienen la ocasión de ensayar algunas explicaciones de lo ocurrido con la adolescente de 17 años, en Coronel Oviedo. En nuestra cabeza de gente común no cabe ni una idea que nos acerque al horror.

¿Qué hizo que otro adolescente bajara al abismo, al parecer, con mucha seguridad? ¿Cómo es posible que se mantuviera sereno –si es que se mantuvo- ante la tragedia de matar a su novia, y matarse moralmente a sí mismo? ¿Por qué esa reacción tremenda ante el hecho común de un embarazo? ¿Y quién es esa amiga que le goteó en el oído el veneno de la muerte? ¿Fue tanta su influencia en un ánimo débil? ¿Y cuál era su interés por borrar a la joven embarazada? Su consejo fue sencillamente atroz. Para que lo fuera aún más, se la quemó viva.

Al parecer, todo estaba calculado por el victimario. ¿Desde cuándo? ¿Desde que supo que la joven estaba embarazada? ¿Hubo unos días de discusión? ¿Ella no ha querido abortar? ¿Qué hizo que el novio se desesperara hasta llegar al extremo en que llegó? No podemos decir que temía a sus padres porque, al parecer, ellos mismos ayudaron a la consumación de la tragedia.

La sicóloga Marian Romero, escribió: “Un adolescente no se vuelve asesino de un día para otro. Es una alarma social que se activó en el Paraguay. Lo que ocurrió con María Fernanda no es solo una tragedia. Es una alarma. Un espejo brutal. Un grito social. Y necesitamos dejar de mirar solo el horror para empezar a ver lo que lo antecede”.

Excelente reflexión. Ocupados en horrorizarnos, en repartir condenas, en maldecir, nos olvidamos de “ver lo que antecede”. ¿Qué hay detrás de la familia del supuesto asesino? ¿Este muchacho, de 17 años, venía incubando en el núcleo familiar un alma torcida? Bien dice la licenciada Marian Romero: “Un adolescente no se vuelve asesino de un día para otro”.

En su celebrado estudio “Las semillas de la violencia”, el psiquiatra español, Luis Rojas Marcos, escribe: “La familia constituye el compromiso social más firme de confianza, el pacto más resistente de protección y de apoyo mutuo, el acuerdo más singular de convivencia y de amor que existe entre un grupo de personas. Sin embargo, el hogar familiar es también un ambiente pródigo en contrastes y contradicciones. Nos ofrece el refugio donde cobijarnos y socorrernos de las agresiones del mundo circundante y, simultáneamente, nos confronta con las más intensas y violentas pasiones humanas”.

¡Y qué violenta la pasión humana desatada en el hogar de un chico de 17 años! ¡17 años y con una extraña frialdad asesina! Leemos en la crónica: “Aparentemente, el chico tenía fríamente planeado el crimen, ya que desconectó el sistema de circuito cerrado de su domicilio antes de salir para traer a Fernanda y encendió las cámaras luego de deshacerse del cuerpo en el patio baldío contiguo”. No fueron las consecuencias de una discusión, de esos instantes descontrolados en los que el ser humano regresa a la bestialidad. No. El chico salió a buscarla para darle muerte. Usó la moto ¡del suegro! Había sido que tenía una novia “oficial” a la que, seguramente, quería ocultar de la peor manera su otra relación. Y para este propósito -hay evidencias- tuvo la ayuda de sus padres.

La licenciada Marian Romero agrega: “Si queremos prevenir más horrores así, no alcanza con indignarnos. Necesitamos educar con ciencia, criar con presencia, mirar con ternura (…) Que la muerte de María Fernanda no sea solo dolor. Que sea conciencia. Que sea transformación. Que sea un llamado urgente a mirar a los niños antes de que sea tarde”.

Sí, “no alcanza con indignarnos”. Si las personas e instituciones respectivas no toman nota de esta tragedia, y no trabajan coordinadamente en la intención de una sociedad más solidaria, más humana, la muerte de María Fernanda acabaría en la mera noticia policial.

Las semillas de la violencia están en la familia.

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