Una adolescente fue asesinada brutalmente. El principal sospechoso es otro menor de edad. La ciudadanía sospecha que los padres del chico lo ayudaron a ocultarse, motivo por el cual hoy también están bajo prisión preventiva.
Se encontró el teléfono de la víctima cerca de la vivienda del adolescente acusado, y todavía se aguardan evidencias clave que ayuden a esclarecer completamente lo ocurrido.
Todo esto sucedió aquí, en nuestra comunidad. Y eso nos obliga a mirar de cerca lo que está fallando. El dolor sigue ahí, latente. Pero también persiste la esperanza de que esta vez no quede impune, de que esta vez sí se haga justicia. Por ella. Por todas.
La situación sigue dejando flotando un sinfín de preguntas: ¿Cómo es posible que una adolescente desaparezca sin dejar rastro y que las autoridades responsables no hayan actuado con mayor rapidez? ¿Cómo pudo una familia, supuestamente, haber encubierto un crimen tan grave? ¿Dónde estaban los mecanismos de prevención?
El caso está en manos de la Justicia, y corresponde dejar que el proceso judicial avance. Pero lo que no podemos permitir es que este hecho quede en el olvido. Coronel Oviedo no puede ser una ciudad donde se normalice la violencia, donde se calle por miedo o conveniencia.
Hoy, el dolor sigue presente. No solo en la familia de María Fernanda, sino también en cada persona que se sintió tocada por esta tragedia.
Su rostro, su nombre, su historia se han instalado en la conciencia colectiva como símbolo de un dolor que no se apaga y que debe servir para abrir los ojos y comenzar a construir una sociedad diferente.
La comunidad ovetense aún llora la dura y cruel pérdida de María Fernanda. Pero su historia no puede ser solo una estadística más: debe marcar un punto de inflexión.
Es momento de exigir un verdadero cambio estructural, en la educación, en la justicia, en la familia, en la sociedad y en los mecanismos de prevención.