¿Cómo no sucumbir a la magia de sus juegos? La pelota tatá, que se sigue cobrando camperas de tela sintética y hasta el peinado de alguna dama, es uno de los preferidos (y también más odiados). El toro candil, gran asustador de niños y jovencitas también tiene su encanto, así como el kambuchi jejoka, el yvyra syi y la pruebera. Pero el rey es y seguirá siendo sin dudas el Judas Kái, que termina siendo una forma de venganza sutil. Juegos que se repiten año tras año sin pasar de moda, porque nos apropiamos de ellos hace siglos y los celebramos como una herencia viva.
Si no hay una nutricionista cerca, podemos hablar de las comidas típicas que complementan esta fiesta con sabores. Desde la chipa asador y pastel mandi’o, butifarra y chicharõ trenzado, la infaltable sopa paraguaya y el mbeju, todo rico y sustancioso. No puede faltar en la fiesta de San Juan una amplia mesa, donde señoras luciendo pañuelos en la cabeza sirven con orgullo los platos. Se puede virar sin temor, el arrepentimiento siempre luego aparece tarde. La gastronomía forma parte del espectáculo, y cada plato cuenta una historia de familia, de origen campesino, de orgullo nacional.
San Juan es también, por añadidura, una fiesta democrática y pluralista. Se celebra en los patios de las parroquias, en colegios públicos, en clubes sociales de lo más refinado y en quintas particulares. Se puede celebrar entre 10 compañeros de oficina o en medio de 2000 personas en la seccional colorada. Del toro candil no se salva el chico de barrio ni el gerente del banco; la pelota tatá se chuta con zapatos de goma o mocasines. Todos caben. Todos ríen. Todos comen. No hay distinción social, solo muchas ganas de pasarla bien a lo paraguayoité.
Pero lo tiempos cambian, y es natural y hasta necesario que las tradiciones se adapten. Nuevos grupos musicales están logrando una fusión interesantísima entre lo tradicional y lo moderno: música paraguaya con guitarras eléctricas y baterías, recreando sonidos que mantienen el alma de nuestras músicas, pero les agregan una vitalidad que conquista a los más jóvenes sin traicionar su esencia.
Misma cosa ocurre con la vestimenta y el arte. El poncho de 60 listas ahora se estampa en remeras, los bordados a mano inspiran grafitis y danzas tradicionales se mezclan con coreografías contemporáneas en festivales escolares y redes sociales. San Juan no está para nada quieto. Evoluciona, se mueve, se reinventa.
Modernizar no significa borrar lo que estaba, sino encontrar nuevas formas de mantenerlo vivo. La tradición no puede ser una pieza de museo: se debe respirar y vivenciar. Hay que hacerla atractiva para los jóvenes, pero no solo con palabras, sino con experiencias que puedan tocar y experimentar.
En tiempos en que todo tiende a globalizarse, perdiendo de esa forma el “sazón” local, el San Juan paraguayo resiste con dignidad. Y mejor aún: se transforma sin dejar de ser lo que es. Porque no es necesario elegir entre tradición y modernidad, lo primero puede convivir con lo segundo. Al decir de un sociólogo: “la cultura popular no es un archivo, es un cuerpo que respira”.
Y es que, ya sea que esté parado en el escenario Juan Cancio, luciendo su sonrisa de 1 millón de dólares y enfundado en un poncho, o un joven irreverente de cabello largo interpretando magistralmente una polca en una guitarra eléctrica… San Juan, con su fuego y humo, su sabor y su risa, nos recuerda que siempre puede decir que sí.