De que nuestra existencia es pasajera hacemos la experiencia todos los días, aunque parece que nos cuesta convencernos de esto. Todos los días vemos varias personas que mueren de modos impensados; notamos cómo poderosos pierden su imperio, y también cómo gente sana se enferma y se va: en fin, todo pasa.
El ser humano busca seguridades, quiere una situación donde pueda controlar todo, y esto no existe, pues la esencia de la vida es cambiar, transformarse y, finalmente, terminar.
Delante del carácter inexorablemente efímero de todas las cosas y personas es necesario preguntarse cómo heredar la vida eterna.
En primer lugar, brota la convicción de que existe otra vida después de esta, y que es muy diferente de la presente: es eterna; veremos a Dios cara a cara; no estaremos más sujetos al tiempo, a la materia y al espacio, y podremos llenar nuestro corazón de la más completa felicidad. En verdad, el panorama es bastante alentador. Sin embargo, hay que hacer algo para alcanzar la vida eterna, y naturalmente no sirve cualquier clase de actitudes. El egoísmo, la codicia y la corrupción nos hacen heredar la perdición eterna, en cuanto el amor solidario nos lleva al otro lado.
El “buen samaritano” del Evangelio nos da ejemplo de un compromiso concreto, pues no teme postergar su viaje y sus intereses para ayudar a un hombre golpeado por asaltantes.
Mirando alrededor constatamos, con tristeza, cuántas personas son golpeadas por la vida: sea el desempleo, la desunión familiar, el rencor, la enfermedad y tantas otras calamidades.
Un cristiano auténtico, que no sea pire pererî, debe portarse como el buen samaritano, que muestra su amor fraterno con obras, que no presenta mil disculpas para no ayudar económicamente a uno realmente necesitado y que dedica su tiempo a la sanación del semejante.
Parece que fácilmente uno afirma que no puede socorrer al prójimo, porque tiene pocos recursos materiales. A veces, esto será verdadero.
Pero hay muchos modos de socorrer, y una de las maneras más hermosas es compartir su tiempo, su buen humor, su palabra de aliento, su fe, y de modo especial, facilitar al otro un encuentro con Jesucristo. Cuando uno se comporta frecuentemente como “buen samaritano”, alguna vez va a escuchar la invitación del Señor para heredar la vida eterna y disfrutar jubiloso de su de amistad.
Paz y bien.
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