Aunque no nos guste escuchar

En lo que va del año, una organización que promueve la conciencia hacia la disposición de la basura, realizó varias mingas ambientales en arroyos de Asunción. El esfuerzo se centró en colectar botellas plásticas, latas, bolsas y otros residuos que los convierten en vertederos a cielo abierto.

Por un lado, fue reconfortante ver a tanta gente sumarse con entusiasmo, munida de guantes y rastrillos, donando su día de descanso por una causa que lo vale. Por otro, la desazón -llamémosle pichadura- llega pronto: un par de semanas después los mismos cauces están nuevamente atestados de basura, como si el esfuerzo hubiese sido en vano. Como si el gesto solidario no hubiese ocurrido jamás.

No nos gusta escuchar, pero cada año, toneladas de residuos plásticos terminan en baldíos, a la vera de las rutas y arroyos. Paraguay genera cerca de 1.200 toneladas diarias de basura domiciliaria, de las cuales un alto porcentaje ni siquiera llega a ser recolectada formalmente. De ese universo de desechos, una gran parte termina en los cursos hídricos o apilados en cualquier zanja, visibles para quien se atreva a mirar. Esta situación horrible es tan repetitiva que ya no sorprende: la basura se ha normalizado como parte del paisaje.

No da gusto escuchar, pero el problema no se origina en la falta de recursos ni escasez de contenedores. Comienza por la conducta. Las botellas no ruedan solas hasta los arroyos ni las bolsas vuelan hasta los canales. Están allí porque alguien tiró. Alguien que en su ignorancia o dejadez considera “qué lo que tanto”. El resultado está frente a nosotros: ciudades sucias, ríos contaminados, animales intoxicados por ingerir plástico, a lo que sumamos el aire viciado por la quema de residuos.

Argel es escuchar, pero tenemos una grave y persistente carencia de educación ambiental. A causa de eso no entendemos -en realidad ni siquiera concebimos- que cada acción cuenta, que la basura que tiramos hoy nos vuelve mañana en forma de inundación, contaminación o enfermedad. Y engloba mucho más: la forma en que tratamos los espacios públicos, veredas, parques y plazas, sin vergüenza y sin pudor.

Es incómodo escuchar, pero la falta de educación ambiental es solo una expresión de una carencia mucho mayor: la falta de instrucción ciudadana en general. Un déficit que se manifiesta en el desprecio de los derechos de los demás y la indiferencia hacia las normas de convivencia. Somos individualistas y, para peor, en nuestra contra.

Nos desagrada que nos digan las cosas, pero exigimos derechos sin asumir responsabilidades. Criticamos la administración municipal, pero ensuciamos las calles. Exigimos orden, pero no respetamos reglas. Clamamos por progreso, pero no damos pasos concretos para construirlo desde lo cotidiano. Las mingas ambientales, por más loables que sean, no pueden sustituir una conciencia cívica arraigada ni suplir la falta de compromiso sostenido.

Nos picha admitirlo: en Paraguay se premia más al vivo que al correcto. Quien se salta la fila, quien evade impuestos, quien hace trampa, muchas veces es admirado justamente por culpa de la cobardía cívica que sufrimos. Este tipo de lógica rara es la que nos lleva al deterioro moral y ambiental. Porque, aunque no queramos aceptar o darnos cuenta, existe una conexión directa entre ambos.

Molesta como moscas cerca del oído, pero cada vez que subestimamos la importancia de crear ciudadanía educada, estamos hipotecando el futuro. No se trata aquí solo de enseñar a separar residuos o no arrojar basura al arroyo: se trata de formar personas capaces de vivir en comunidad, de respetarnos, de tener conciencia de la consecuencia de los actos.

Aunque resulte incómodo reconocerlo, la solución no viene de la mano con más camiones recolectores ni más multas. Recién estará cerca cuando desde las escuelas, las casas y los medios promovamos un cambio cultural profundo. Una especie de revolución mental que enseñe que la limpieza no es solo estética, es tener dignidad y respeto hacia uno mismo.

Y no, no nos gusta escuchar, pero lo que nos falta es el cambio cultural a partir de la educación. Solamente desde allí vamos a poder ver cambios importantes de verdad en la sociedad y el medio ambiente.

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