Previamente, los jefes revolucionarios habían discutido el curso a seguir ante el avance de las fuerzas gubernamentales. Se decidieron por la propuesta del coronel Alfredo Ramos: Utilizar todos los transportes fluviales, la totalidad de las tropas revolucionarias, forzar el paso del río Paraguay en Puerto Milagro, atacar y apoderarse de Asunción, en un máximo de 40 horas de navegación.
Al día siguiente, 1 de agosto, a temprana hora, los sacerdotes Juan B. Queiroz Candia y Heriberto Arturo Vázquez, en cumplimiento de un pedido de los revolucionarios, se reunieron con el comando de las fuerzas moriniguistas en el vecino pueblo de Belén. Fueron portadores de la siguiente nota: “Abandonamos la ciudad de Concepción para evitar más sufrimientos a esta ciudad que ya mucho ha sufrido. Pedimos a nuestros camaradas del Ejército Gubernista garantías amplias para la población civil a cambio de nuestro abandono”. A continuación especifican la cantidad de soldados, médicos, enfermeros que se quedan para atender a la población, a más de 120 vacunos para la provisión de carne.
Los jefes gubernistas hicieron constar en acta, a más de los hechos mencionados, que iban a cumplir con el pedido de sus camaradas revolucionarios de dar “amplias garantías para la población civil”. No fue tan así.
El periodista e historiador concepcionero Pedro Antonio Alvarenga Caballero cuenta que en las actas del Club Concepción consta que una noche se robaron del local social platería, porcelanas y muebles. También han sido saqueadas algunas casas de comercio y residencias. Fueron “pobladores locales los que señalaban a los soldados las casas a ser atacadas”. Estos hechos eran comunes en las revoluciones de parte de los combatientes gubernistas y rebeldes, sin contar los asesinatos.
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Seguramente de las muchas anécdotas tragicómicas que habrían ocurrido durante y después de la ocupación, Alvarenga nos cuenta que un mayor y varios soldados llegaron al Colegio María Auxiliadora con la orden de registrarla. Buscaban a una mujer, supuesta amante del coronel Rafael Franco. La hermana superiora, indignada, respondió que no daría refugio a ninguna mujer que fuera amante de nadie. Y agregó: “En cuanto a las niñas que aquí están, no serán molestadas por ninguna presencia de varón mientras yo viva”. Ante tan firme actitud, los militares se retiraron. El historiador endulza la anécdota con esta explicación: “Posteriormente se comentó que el interés estaba en una bella señorita concepcionera…”
Mientras la ciudad procuraba acomodarse a la nueva situación luego de cuatro meses de ocupación, llegaban noticias del sur que alegraban o entristecían según la preferencia partidaria de quien las recibía. Los revolucionarios llegaron a Asunción, la olieron, se desbandaron, se dirigieron a la disparada hacia el sur hasta Villeta donde, en el intento de cruzar el río Paraguay a la Argentina, muchos murieron ahogados o baleados.
Fue la última y devastadora guerra civil que padeció nuestro país. Pero no la última expresión de violencia.
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