Día del Abogado

El 1º de Agosto, en Paraguay se festeja el Día del Abogado; en realidad, si el vocablo “festejar” significa “celebrar algo con una fiesta u otra manifestación de alegría o agrado”; y si “celebrar” supone “honrar un día, ocasión o hecho; recordar una ocasión con una fiesta”, los abogados tenemos nada, o muy poco, para festejar y celebrar este día.

La abogacía es posiblemente la profesión más temida, aborrecida, escrachada, escarnecida, despreciada y odiada; también es una de las más admiradas, deseada, distinguida, apreciada; estos sentimientos contradictorios se justifican. El abogado, sea litigante, magistrado, agente fiscal, secretario o relator de un juzgado o tribunal, siempre está en el centro del conflicto; es un elemento esencial o insustituible en toda controversia jurídica y en todo proceso judicial.

En la profesión de abogado, el leguleyo es quien conoce el texto de la ley, pero no distingue mediante la hermenéutica jurídica, las normas más favorables a su cliente. El letrado conoce la ley y alguna jurisprudencia actualizada sobre el texto normativo; es astuto, inteligente, sociable y audaz; la mayoría son docentes en universidades públicas y privadas, donde perciben salarios miserables, aunque no buscan el dinero, “sino ser alguien” en la sociedad, con el título de “profesor universitario”; el letrado puede ser también magistrado, fiscal o actuario en el Poder Judicial; algunos son excesivamente letrados, en la connotación de pícaros o sin vergüenza. El jurista es el abogado que estudia y profesa el Derecho como ciencia; en Roma se le llamaba “jurisconsulto”, y era un intérprete del derecho cuya opinión tenía fuerza de ley.

En Paraguay, pocos juristas son profesores de derecho en las universidades estatales, donde los concursos de cátedra son amañados para que ingresen o asciendan solo los amigos, correligionarios y chongos (as) del decano, o de la claque que detenta el poder en la coyuntura.

En las facultades de Derecho privadas se prefieren docentes letrados antes que juristas, y entre estos letrados, a políticos y a quienes detentan cargos en el Poder Judicial. Una decana de universidad me dijo: “yo no quiero profesores que son doctores, ni con maestría ni postgrados; ellos reclaman altos salarios y a menudo faltan a clases por participar en congresos, cursos y conferencias; yo prefiero docentes que no conocen mucho su materia, pero no tienen ausencias a clases, lo que siempre es la queja de los estudiantes”.

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Muchos juristas no tienen interés en ingresar como magistrados en el Poder Judicial de Paraguay, porque rehuyen someterse al manoseo escandaloso y ruin de politiqueros ignorantes y taimados, que intervienen en el proceso de selección de ternas por el Consejo de la Magistratura, o en la designación para un cargo judicial, atribución que corresponde a la Corte Suprema de Justicia. De los ministros de la Corte Suprema es preferible no hablar; algunos fueron conocidos por sus sentencias inconstitucionales y arbitrarias, las denuncias de corrupción y los escándalos publicitados en los medios de comunicación; felizmente algunos ya no están.

Maestro es un epíteto aplicado al jurista que inspira respeto y consideración por su sabiduría, ejemplar comportamiento ético y aleccionadora conducta profesional; y que, por esos atributos de su personalidad, es escuchado, respetado, admirado y seguido hasta con veneración. Maestro es aquel abogado que enseña a otros, quienes libremente se someten a ser sus discípulos; el maestro no solo enseña con la palabra hablada o escrita, sino con su ejemplo de vida.

Desde un enfoque pragmático, en Paraguay también están los buenos abogados y los grandes abogados. Los buenos abogados son los juristas, y algunos pocos letrados, que conocen la ley, la doctrina y la jurisprudencia; son útiles al juez ayudándolo con sus escritos profesionales a decidir con justicia o equidad; también son útiles al cliente, haciendo valer las razones fácticas y jurídicas invocadas para atacar o defenderse.

Los grandes abogados pueden conocer o desconocer el derecho, pero conocen muy bien al juez; ellos participan en actos oficiales, recepciones, cenas de camaradería, cumpleaños, casamientos, y otros eventos de esa laya, adonde también concurren magistrados judiciales y miembros del ministerio público.

Los “argumentos” que utilizan los “grandes abogados” son difíciles de rechazar por el magistrado o el fiscal, sobre todo cuando en vez de dinero o de otros favores, se acompañan de veladas o claras amenazas. Los grandes abogados, a veces actúan a través de otros abogados que cumplen sus precisas instrucciones; mediante el banco de favores encuentran fácil “acceso a la justicia”, percibiendo generosos honorarios de sus clientes inescrupulosos.

*Autor del libro “Vale la Pena Litigar?”.

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