Una nueva estrella

Los científicos afirman que en el firmamento de tanto en tanto aparecen nuevas estrellas. Su origen es un misterio que no está del todo aclarado porque, aunque los telescopios más modernos puedan escudriñar hasta los confines del universo, siempre queda un margen de incertidumbre. Y es allí, en esa inmensidad, que surge de la nada una luz inesperada, brillante y poderosa, como un recordatorio de que la esperanza nunca se acaba.

Si miráramos el Paraguay desde la distancia con ese mismo telescopio, veríamos una especie de universo con sus propias constelaciones. Observaríamos brillar el talento de la gente, pero también cómo se apagan demasiadas oportunidades. Nos asustarían agujeros negros como lo son la corrupción generalizada, minando la confianza en las instituciones y alejando al ciudadano de quienes deberían representarlo. Esas sombras, que tanto se repiten en nuestra historia, no se disipan con la velocidad que anhelamos.

También podríamos ver otro mal que nos persigue hace décadas: el clientelismo político. Ese gusto por la dádiva que convierte en servil a la gente. Esa costumbre de cambiar lealtades por favores, de líderes con más habilidad en repartir migajas que capacidad de construir futuro, postergando las reformas tan necesarias. Ese vicio que impide ejercer ciudadanía para empequeñecer a las personas hasta convertirlas en clientes del sistema, que se nutren de la energía del país.

Ajustando un poco la lente, podremos ver que la educación, piedra angular de cualquier nación que quiera progresar, arrastra falencias que se sienten tanto en las aulas rurales como en las urbanas. La falta de infraestructura, la baja calidad de la enseñanza y las oportunidades reducidas para los jóvenes dejan cicatrices que se transmiten de generación en generación. Incluso desde la distancia, entenderíamos que, si no logramos fortalecer esa base, difícilmente se consolide un desarrollo verdadero.

También, forzando un tanto la vista, veremos que la inseguridad ha dejado de ser un tema de “las grandes ciudades” para extenderse a casi todo el territorio. El ciudadano común siente que la calle ya no es un espacio de confianza, y que el combate para controlar la violencia y el crimen organizado resultan insuficientes. Este ambiente de zozobra erosiona la tranquilidad diaria y genera un sentimiento colectivo de vulnerabilidad.

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De pronto, el telescopio nos permitirá reconocer señales positivas que también se manifiestan. En diversas áreas hay proyectos que muestran la capacidad del paraguayo de innovar, crear y superar adversidades. La altísima eficiencia agrícola-ganadera, la industrialización de materia prima, la pujanza del sector privado, el emprendedurismo, la participación ciudadana y - ¡cuando no! - la rebeldía positiva de los jóvenes son señales de que no todo está perdido. Donde hay creatividad, burbujea la esperanza.

Otras áreas, en cambio, dejan percibir un estancamiento peligroso. Políticas que no terminan de despegar, planes que quedan en papeles y discusiones interminables que no se traducen en hechos concretos. Peor aún, sectores que anulan lo construido y desarrollado anteriormente, apagando así destellos del progreso que tanto costó encender.

Desde la distancia veremos este país, moviéndose en medio de ese vaivén de luces y sombras, entre constelaciones que iluminan y zonas que parecen olvidadas por la luz. Un país quizás no demasiado distinto al universo mismo, con sus misterios y sus contradicciones, donde alternan brillo y penumbra como parte de un mismo orden natural. Pero nuestro país.

Nuestro país, que nos desafía a no perder nunca la capacidad de asombro y de confianza en lo que vendrá. Como los astrónomos descubren en el cielo una chispa inesperada, también los pueblos encuentran, de tanto en tanto, señales que invitan a creer. Una fuerza que no nace de decretos ni discursos, sino del espíritu colectivo que no se rinde.

Cada vez que nace un niño paraguayo, cargado de bendiciones y augurios para su porvenir, también la esperanza nacional se renueva. Aparece una nueva estrella en el firmamento de nuestra historia, y con ella la certeza de que siempre habrá motivos para mirar hacia adelante. La luz puede tardar en llegar, pero nunca deja de brillar.

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