A la sombra del tarumá

El encargado del cementerio, don Félix Peralta, invitó a todos los visitantes a ubicarnos debajo de la sombra del añoso tarumá, a lo cual accedimos gustosos porque a esa hora la temperatura estaba cerca de los 40 grados. Con indisimulado orgullo comentó que su padre había sido también cuidador del camposanto municipal de Belén, una tarea que parece haber quedado ligada a la historia familiar.

Durante esa tarde pocos días atrás, los participantes de la 3ª expedición de “Colosos de la Tierra” pudimos comprobar la merecida fama de la “ciudad del trópico”. Cerrando aún el otoño, el sol quemaba inclemente. Belén fue fundada en 1760, cuando las reducciones jesuíticas y poblaciones ribereñas empezaban a configurar el mapa norteño de la zona. Es la localidad más antigua del primer departamento y, como recuerda don Félix, “de aquí salieron a fundar Concepción”, motivo de orgullo de sus pobladores.

Su historia está íntimamente ligada al río Ypané y a su estratégica ubicación. Durante el periodo colonial fue un punto de referencia en la ruta hacia el norte, consolidándose más adelante como una comunidad agrícola y ganadera. Sin embargo, el desarrollo fue limitado por el aislamiento. Los 450 kilómetros que la separan de Asunción eran hasta hace poco un viaje difícil por caminos de tierra, vulnerables a las lluvias y al abandono estatal.

Hoy llegamos hasta allí con relativa facilidad. La ciudad, que junto con sus distritos suma cerca de 10.500 habitantes, experimenta un mayor intercambio con la capital y con otros centros urbanos. Sin embargo, muchos recuerdan que fue ese prolongado aislamiento lo que reforzó la identidad local, un sentido de pertenencia que se manifiesta en las fiestas patronales, expresiones culturales y en la memoria colectiva de sus habitantes.

Parte de esa memoria se encuentra en el tarumá-guazú del cementerio. “Este árbol existió desde siempre”, asegura don Félix. “Mi papá me contaba que siendo él un niño el árbol ya era antiguo”. El testimonio oral es, en estos casos, válido a falta de documentos. Las raíces profundas parecen haberse nutrido de la historia de la localidad, acompañando a generaciones enteras de beleanos.

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La capilla del camposanto se encuentra allí mismo, reforzando su valor simbólico. En ese lugar, al amparo de su sombra, cuántos pobladores se habrán reunido en momentos de despedida. Desde hace años, la falta de infraestructura es salvada por este portento de la naturaleza que brinda protección del sol y la lluvia, un punto de encuentro comunitario.

De esta forma, un árbol se convierte en patrimonio. No por sus dimensiones, aunque impacten, sino por el papel que juega en la cotidianeidad de la comunidad. “Aquí en Belén estamos muchos tipos de personas, pero hay algo en lo que todos estamos de acuerdo: tarde o temprano jajotopáta tarumá guype”, sentencia don Félix. Esta frase condensa la certeza de que la vida en esta localidad, a pesar de diferencias que puedan surgir, tendrá indefectiblemente un punto en común bajo la sombra protectora del árbol.

La visita a Belén llegó a su fin, y nos quedó la sensación de que esta maravilla de la naturaleza es un emblema de la ciudad, símbolo de continuidad, pertenencia y resistencia. Belén se proyecta al futuro, pero también se aferra a los orígenes que testimonian su historia. Esta es la esencia de las expediciones de “Colosos de la Tierra”, impulsada por la organización A Todo Pulmón: identificar y valorar los árboles más grandes y representativos del Paraguay, no solo como maravillas naturales, sino como parte de la memoria viva de los pueblos. En cada ejemplar registrado hay historias ligadas a su silencioso paso a través del tiempo, el lugar en que está ubicado y la gente que tuvo el privilegio de apreciarlo.

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