Qué quedó tras la marcha: 1) una policía con métodos aún estronistas, 2) la incompetencia de los cartistas para defender posturas sin recurrir a la grosería y la mentira, 3) TikTok es débil aún, pero les asusta.
El cartismo tiene sus goebbelitos, vástagos ideológicos de Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler. Son perifoneros que cohonestan al régimen y descalifican aquello que se opone al régimen. Al régimen cartista, claro, caracterizado por su sintonía autoritaria y por indicios fosforescentes de corrupción. Tanto, que ya supera en esto al corrupto gobierno anterior.
El movimiento regido desde el Quincho sufre una suerte de monomanía: “los malos son los otros, los buenos somos nosotros”. Y “nos persiguen”. La monomanía, o idea fija, no tiene que ver con la banana requisada, que para nuestra inteligencia policial es un AK-47, temible fusil diseñado por el correlí soviético Mijaíl Kaláshnikov.
A propósito de lo requisado de bolsillos y mochilas de quienes pretendían “tumbar al gobierno”, la lista es digna del ingenio de Woody Allen, que con ella podría producir una nueva versión de Bananas, una de sus más desopilantes películas en la que exponía el supremo grado de cretinismo de los políticos tropicales y sus servidores.
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Tras revisar la lista de lo incautado por los “agentes del orden”, una apreciada compatriota confesó: “Menos mal que antes de ir a la marcha, saqué mi vibrador de la cartera y lo dejé en la mesita de luz”. Imagínense de lo que hubieran acusado a la Generación Z PY de haber aparecido semejante artefacto capaz de tumbar gobiernos por la violencia de los espasmos que produce.
Los cartistas soñaban con que la manifestación fuera violenta para justificar una represión que hiciera escarmentar a quien osara protestar contra la situación actual en la que, como dice Luisito Aguilé, “Ya no somos nación / ahora somos el reino / de los delincuentes”.
El cartismo preparó su fuerza policial cuya formación antes de la marcha nos remontó a la de las fuerzas de Napoleón y Wellington en Waterloo. Si fuera igual contra los verdaderos bandidos, se acabaría el crimen organizado en nuestro país y hasta la encontrarían a Dalia López.
Pero el crimen puede esperar. Lo prioritario es acabar con la “amenaza” del TikTok
Fuera de la banana, el principal trofeo del cartismo es la pierna de Cynthia Cardozo, rota por el criminal atropello de un Lince. A ella y a su madre, María Graciela Sánchez, les quebraron virtualmente el alma. Lo de “accidente”, Enrique Riera, es más falso que el título de Hernán Rivas.
Pudo haber sido fatal como lo que pasó con Rodrigo Quintana. El cartismo hubiera sumado otra muerte tan solo por su torpe ofuscamiento.
Y esto no se lava con goebbelitos ni perejiles hurreros.
nerifarina@gmail.com