Dinámica de frontera

La extensión de la “Zona Franca” en territorio argentino, trasladada a la ciudad de Posadas, vecina de Encarnación, ha despertado inquietudes sobre los efectos que podría tener en la economía local. Más allá de representar una amenaza latente, esta medida evidencia que las fronteras siguen siendo concebidas por los Estados nacionales como barreras, por encima de la dinámica viva del territorio.

Desde el centralismo distante, la frontera se observa como un límite de choque, una línea que separa nuestro país de otro. Entretanto, quienes habitamos la periferia, al margen de las decisiones del centro, vivimos una lógica distinta. Se trata del contacto cotidiano, del intercambio que trasciende épocas y gobiernos.

La historia compartida entre Encarnación y Posadas se remonta a los tiempos en que el sacerdote jesuita Roque González de Santa Cruz fundó la misión en la margen izquierda del río Paraná, para luego trasladarla a la derecha, en lo que hoy es Encarnación.

Tras la Guerra contra la Triple Alianza, el tratado de 1876 fijó la frontera sobre el río Paraná. Desde entonces, los gobiernos centrales la han concebido como una línea divisoria, aunque en la práctica persistió el vínculo estrecho entre las poblaciones locales. Posadas creció rápidamente hasta convertirse en ciudad, mientras que Encarnación permaneció como villa durante décadas. Esa asimetría, lejos de separar, generó un puente de contacto.

En esa conexión, las mujeres fueron protagonistas. Con la población masculina diezmada por la guerra, ellas sostuvieron el intercambio de mercaderías entre pueblos. Décadas más tarde, cuando una catástrofe natural destruyó Villa Encarnación el 20 de septiembre de 1926, la ayuda llegó desde Posadas, a pesar de no compartir el mismo Estado-Nación. Ese gesto solidario no fue una excepción, sino parte de una lógica de reciprocidad que aún perdura.

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La dinámica de esta región ha resistido transformaciones profundas. La instalación de la Central Hidroeléctrica Yacyretá, la inauguración del Puente Internacional, las crisis económicas y las medidas de cada Gobierno para reafirmar su soberanía no han logrado romper el vínculo entre pueblos. Aquí la frontera no se vive como límite, sino como posibilidad.

La ampliación de la Zona Franca representa una medida más que busca interrumpir ese flujo cuando la conveniencia no favorece al centro de una de las partes. Está pensada para un público ajeno a la lógica de intercambio que define esta región. Sin embargo, lo que caracteriza a esta frontera es justamente la alternancia del movimiento. Turismo, comercio, vínculos familiares. A veces convendrá ir allá, otras recibirlos aquí, pero el movimiento siempre estará presente.

sergio.gonzalez@abc.com.py

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