El autoelogio del señor don Santiago

Al señor Santiago se lo nota solo. Aunque está rodeado de gente. Recibe cascotazos surtidos y nadie sale a rodearlo de escudos. Hablo de defensas institucionales. Hasta su abogado creó más incertidumbres y no lo rescató del laberinto de conjeturas en que está inmerso. Entonces, recurre al autoelogio. No le queda opción.

En cada aparición pública ataca a discreción. Como don Alonso Quijano a los molinos. Estos ataques tienen finalidades múltiples. Una es sacudirse la furia que le acomete con cada crítica. Otra finalidad es evitar, con su explosión vocinglera, una respuesta a preguntas incómodas. Preguntas que surgen de las circunstancias que lo rodean y que tienen que ver, mayormente, con su crecimiento económico.

Don Santiago arremete lanza en ristre por la llanura no manchega, sino más bien manchada (de sospechas) a defender su honra.

En Areguá, el miércoles pasado, volvió a sus consuetudinarios ataques con su habitual alegato cargado de victimización. Según él mismo “grupos poderosos” lo atacan porque defiende a “los más humildes”. Como causa de las críticas a que lo someten en los últimos tiempos, suena cursi. Debería buscar un mejor libreto o un mejor libretista.

Cuando defiende a alguien, no es precisamente a “humildes”. Le recuerdan siempre lo del “árbol que da frutos”. Y hace poco en Ciudad del Este le endilgó a Javier Zacarías Irún —un apóstol hecho ricos sin haber trabajado en algo trazable— ese patético panegírico de “conquistador de mil batallas”. Y confesó estar aún dolido por la destitución de la señora Sandra McLeod. Debería ir a preguntar a la gente “común” de CDE qué realmente sintieron los esteños cuando la echaron a dicha dama de la intendencia municipal.

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En otro aparatoso pasaje de su discurso en Areguá, se “confesó” culpable de dar de comer a más de un millón de niños todos los días. Y afirmó que los “grupos económicos” no le perdonan eso.

Loable iniciativa la de dar de comer a los niños. Pero no es el señor don Santiago quien les da de comer. Es el pueblo el que paga la comida. Eso hay que destacarlo y no salir a arrogarse un logro producto del Estado. El gobierno administrador del Estado tiene la obligación de paliar el hambre de la gente. Por otra parte, el hecho de que tantos niños necesiten comida en la escuela pública es la más rigurosa confesión de la inutilidad de la ANR que en 70 años y unos minutos de descuento no creó las condiciones necesarias para evitar tal grado de pobreza que obligue a los niños a ir a la escuela más para comer que para aprender.

Y otra vez la promesa: “no voy a descansar hasta que cada paraguayo tenga una vida digna”.

El señor don Santiago necesita un equipo de comunicación más riguroso que lo haga sentir arropado, menos solo ante los ataques que recibe, para que no se vea obligado al autoelogio en la soledad de su poder cada vez más lánguido.

nerifarina@gmail.com