Es la iglesia más antigua del cristianismo, y en su fachada está escrito: “Madre y Cabeza de todas las iglesias de la ciudad (de Roma – Urbe) y del mundo (Orbe)”. Su dedicación tuvo lugar el 9 de noviembre del año 324, por el papa San Silvestre I, durante el imperio de Constantino, quien había donado el terreno y el palacio de la familia Laterani. En ese lugar se construyó la primera basílica cristiana. El nombre “San Juan” se refiere tanto a San Juan Bautista como a San Juan Evangelista. Esta basílica fue la iglesia y residencia de los papas hasta la construcción del Vaticano, hacia el año 1600.
Estar unidos al Papa
Esta festividad tiene dos significados principales. El primero: ser símbolo de la unidad de toda la Iglesia bajo el liderazgo del Papa, sucesor auténtico de Pedro. Los fieles expresan así su comunión con la Iglesia universal y su reconocimiento del Papa como signo vivo y visible de esa unidad. Él actúa como instrumento del único Pastor y Cabeza, que es Jesucristo.
Cada bautizado es piedra viva
El segundo sentido es recordar que cada templo de piedra consagrado es signo del templo espiritual, que es el Cuerpo de Cristo. Todos los bautizados somos piedras vivas del edificio espiritual que es la Iglesia. El Evangelio de hoy nos muestra cómo Jesús expulsó del templo a los vendedores y a los cambistas, diciéndoles con firmeza: “No hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”. Así indica, de cierta manera, la presencia de Dios en el templo material, pero también nos invita a descubrir que la verdadera casa de Dios es su pueblo, es decir, todos los bautizados del mundo, porque en ellos Cristo habita por el Espíritu Santo. Esta fiesta nos recuerda la responsabilidad de cuidar nuestro cuerpo, que es templo de Dios, evitando la promiscuidad sexual, la gula y los excesos dañinos. Y, por la misma razón, nos llama a respetar el cuerpo del prójimo, sin cometer abusos de ninguna clase: ni violencia física, ni explotación laboral, ni manoseos libidinosos, ni maltratos psicológicos. La consideración por el cuerpo humano, propio y ajeno, se debe a que está destinado a la resurrección gloriosa: vayamos “resucitando” en cada actitud que tomemos.
Paz y bien
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