De cuando el músculo se va de mambo

El cartismo tiene abundante músculo y escaso cerebro estratégico. Es una aplanadora. Con la billetera o con el garrote. Su mayoría parlamentaria quintuplicó su arrogancia por lo fácil que le resulta imponer su voluntad. Pero cuando perdés los límites de tu poder, te vas de mambo con los abusos y te estrellás solito.

Cuando estás en ganador te volvés voluntarista. Creés que tu voluntad lo logrará todo. Te obsesionás, la cordura se te quema en el brasero de tu obsesión; hacés “cosa macana”, como decía mi tía Obdulia.

Alguien advirtió al Quincho que ese mita’i intendente de Ciudad del Este podría ser un riesgo a futuro. “Nuestro glorioso partido” debía recuperar la capital altoparanaense en 2026. Y la vía más expeditiva para ello era descarrilarlo al emergente. El Quincho bramó: “a por él”.

Lo sitiaron con 50 denuncias judiciales. Luego afinaron el tiro: intervinieron la Comuna en una embestida barnizada de seudoinstitucionalidad parlamentaria. Para atenuar la obviedad de la intención original, los cartistas reventaron un forúnculo de su propia nalga: Nenecho.

Con el músculo inflado y el cerebro en reposo, el Quincho creyó perfecto el golpe. Pero el esteño fue astuto. Aguantó la atropellada, preparó a su gente imbuida del sentido de pertenencia y aprovechó la fatal debilidad del cartismo en el Este: el odio visceral que ahí sienten por los Zacarías Irún, embajadores del Quincho y apuntados como recaudadores de la corona ejecutiva en Alto Paraná. Especialmente con el manejo de los cuentos chinos de Itaipú y sus cuentas sin transparencia.

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Previo a las elecciones, el presidente Santiago Peña, en un exaltado ataque de cholulismo político, proclamó a Javier ZI “Conquistador de mil batallas”. Una especie de segunda temporada de la serie “El árbol que da frutos”. Ante semejante adulonería, uno solo podía susurrar un modesto: haihuepéte.

Después de las elecciones, el perdidoso candidato cartista (también abdista), Roberto González Vaesken, puso las cosas en su lugar: “Hacer campaña pegado a él (ZI) era un suicidio”.

El domingo a la noche, mientras la euforia se extendía desde el Este a buena parte del país, los perejiles hurreros del cartismo se desvivían buscando a quién culpar de la debacle. El tema era que no se culpara al Quincho, aunque fue el Quincho el que dio la bendición a la intervención municipal bumerang y a la candidatura de González Vaesken en contra de las bases coloradas de CDE, que se vieron avasalladas en su autonomía y ese domingo lo pasaron con las manos en los bolsillos y silbando bajito. Un semiólogo diría que también enviaron una señal mirando a la avenida España: na’ápe.

El cartismo es hoy una fiera herida, pero no se entregará fácilmente.

Mientras, el mita’i esteño Miguel Prieto debe, asimismo, asimilar lecciones. Si apunta al 2028, habrá de alimentar su cerebro estratégico para transitar el largo y sinuoso camino que le espera.

Que no se la crea todavía. Esto recién empieza. Y que no se vaya de mambo.

nerifarina@gmail.com