La celebración mariana volverá a convertirse en un espejo que incomoda. Mientras miles de peregrinos llegan con fe sincera, con promesas y agradecimientos, el trasfondo social del país sigue mostrando desigualdades profundas, necesidades aplazadas y comunidades enteras que luchan por sobrevivir con lo básico.
El lema de este año no solo invita a compartir; exige mirar alrededor y reconocer que la fe pierde sentido si permanece ajena al hambre, al desempleo, a la falta de oportunidades y a la indiferencia que se instala como un hábito nacional.
Como cada año, los obispos tendrán la misión de hacer escuchar el mensaje de la Iglesia, planteando un llamado firme a trabajar por una sociedad más justa. Sin embargo, la duda inevitable es si ese llamado será escuchado. En un Paraguay atravesado por la corrupción, la inseguridad, el narcoestado y la impunidad, las homilías pueden iluminar, pero no reemplazan la voluntad política. Las autoridades suelen mostrarse frente a las cámaras durante estas fechas, pero desaparecen cuando toca encarar los problemas estructurales.
Caacupé mueve multitudes y revela un país que sí es capaz de unirse cuando la motivación es profunda. Pero esa energía colectiva contrasta con un Estado que año tras año improvisa: rutas colapsadas, falta de organización, ausencia de servicios básicos y promesas que se repiten como rezos vacíos.
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La frase “Denles ustedes mismos de comer” tampoco es casual. Es un recordatorio contundente de que el bienestar no puede descansar únicamente en la caridad o la buena voluntad ciudadana. El Estado tiene la obligación de garantizar derechos, no de delegarlos. Cuando la gente tiene que depender de rifas para operarse, de ollas populares para sobrevivir o de comisiones vecinales para asegurar su propio barrio, algo evidentemente está roto.
La festividad culminará el 8 de diciembre, pero el desafío empieza cada vez que las luces del santuario se apagan y la multitud vuelve a casa. Si este tiempo de reflexión no se traduce en acciones concretas, lo espiritual se quedará aislado de lo social. El país ya no necesita discursos ni llamados genéricos a la unidad; necesita decisiones valientes, políticas públicas reales y autoridades que entiendan que servir al pueblo es más que aparecer en primera fila durante la misa central.
faustina.aguero@abc.com.py