Termina el año, terminan las cosas, terminan las personas y nos sentimos obligados a preguntar: al fin y al cabo, ¿qué es lo que sobra de todo esto? ¿Para qué tanto ajetreo? ¿A quién he servido?
Aparentemente, la respuesta puede ser fácil; sin embargo, si no hemos trabajado para agrandar el bien común y no hemos sembrado la semilla del amor y de la justicia, hasta podremos haber ganado mucha plata, pero estaremos perdiendo la vida.
Estaremos derrochando la existencia en explotaciones, petulancias, indiferencias y perversiones: ¡qué lamentable final para tantas oportunidades lindas!
Lo único que tiene consistencia es Jesucristo, y el Reino que él vino a anunciar e inaugurar. Por ello, la liturgia de este domingo afirma: Jesucristo es Rey del universo. Es decir, es el único Señor de la naturaleza, de la Historia y de todos los corazones.
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Felizmente, los criterios y valores de su reino no son como los de este mundo, tan marcados por los caprichos, la corrupción y la soberbia.
Su reino es un reino de servicio al semejante, cosa que Jesús mostró durante toda su existencia, hasta llegar al momento culminante de entregar voluntariamente su propia vida, en la cruz
Humanamente, Él no tuvo gran éxito. Sin embargo, como la cruz es la prueba del amor verdadero, él alcanzó la victoria en la Resurrección, que atraviesa siglos, fronteras, cosmos y potestades, y nos inunda hoy de vida nueva y redimida.
Delante de este Jefe, y de su proyecto de gobierno, podemos tener dos actitudes, como los dos malhechores crucificados con él.
Uno se burlaba, dudaba de su amor y lo desafiaba lleno de arrogancia. Seguramente, terminó muy mal su camino.
El otro, no solo defendía a Jesús, sino que confesaba sus propios pecados. De alguna forma, lo reconocía como Señor de todo y de todos, al pedirle humildemente: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.
Este terminó de modo feliz su carrera, pues escuchó del Soberano, que siempre vence: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
También nosotros tendríamos que utilizar en nuestros “pequeños reinos”, como la familia, la empresa, el trabajo, el estudio o la diversión, los mismos valores que Jesús ha predicado y vivido, de manera que recibamos de Él la única evaluación que importa: hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso.
Que no tengamos miedo de sufrir, si es para hacer el bien al semejante, pues la recompensa es muy grande.
Paz y bien