Derrota electoral, ausencia de autocrítica y el hartazgo

La palabra derrota proviene del francés déroute, que a su vez deriva del verbo desroter, que significaba “desbandar” o “dispersar” una formación militar. Dicha palabra está influida por el latín rupta (rota, quebrada). Con el tiempo, esta noción de colapso militar se trasladó al lenguaje político para referir el fiasco escandaloso de un partido o de un líder. Así, una “derrota política” no es solo perder una elección, sino cohesión y en particular respaldo popular.

La reciente debacle electoral, porque fue una debacle, sufrida por la ANR en Ciudad del Este, partido hegemónico desde hace 70 años acostumbrado a ganar comicios bajo procedimientos discutibles y en particular cuestionables, ha dejado visible una realidad que muchos divisaban, pero pocos se atrevían a denunciar: el poder, cuando se separa del servicio al ciudadano, degenera en instrumento de beneficio privado.

Esta derrota municipal no es un accidente, sino el resultado acumulado de una gestión paupérrima, marcada por el uso patrimonialista y prebendario del Estado como el de la consolidación de una clientela política arrendada con recursos públicos. Nada nuevo bajo el sol en la política paraguaya menos la propiciada por referentes de la ANR. Son expertos en ello.

Se dice que la política se entiende como la gobernanza de una sociedad, que incluye la toma de decisiones para organizar la convivencia, distribuir poder y recursos, y resolver conflictos. Busca crear las condiciones necesarias para el bienestar colectivo, para el mejoramiento de la calidad de vida del ciudadano, de todos no de algunos, como propicia la miserable clase política que está enquistada en el Gobierno y en el poder.

Cuando, como es habitual en nuestro medio, el político convierte su cargo en instrumento de lucro personal y clientelar, traiciona el mandato del votante. Su inconducta deteriora la confianza ciudadana y deshonra la legitimidad institucional.

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El votante, el pueblo, el ciudadano de a pie al percibir el abuso, el latrocinio, los negociados, responde acertadamente con desprecio, alejamiento o castigo electoral. El precio político de lucrar con el poder es la pérdida de autoridad moral, aunque en rigor de verdad quienes en nuestro medio detentan ese rol carecen de ella, más bien son amorales.

En el caso de Ciudad del Este, la ciudadanía, en un acto de decencia democrática, ha resuelto sancionar con su voto a quienes han deshonrado el mandato popular, a quienes han hecho de la política una forma de sostenerse utilizando el erario público para negociados y repartija de dinero sin vergüenza alguna, sin descontar la utilización vergonzosa de la justicia.

El electorado ha dicho basta a los políticos que confunden el presupuesto público con una caja chica para favores, negociados, contratos sin mérito, y subsidios encubiertos a operadores políticos muy dados en la ANR sin descontar la ignominiosa costumbre de regalar víveres en épocas electorales al hambriento, consecuencia de aquellos.

La dirigencia partidaria, lejos de asumir responsabilidades, ha optado por la caza de culpables o en su caso minimizando la derrota al colmo de aventurar a sostener que ello en la capital no acontecería.

Ciertamente señalan a los hombres, a los candidatos, pero no cuestionan el modelo miserable y corrupto de poder en que han convertido al Estado. La autocrítica brilla por su ausencia y, con ella, la posibilidad de regeneración institucional.

Nada dicen sobre la causa del hartazgo y el castigo inferido o sea nada sobre el desvío sistemático de fondos que deberían estar destinados a salud, educación y seguridad. En lugar de fortalecer hospitales, escuelas, han optado por financiar estructuras paralelas de lealtad política, a sus hijos, nueras y parentela en general. Los acólitos alquilados, operadores sin escrúpulos se han convertido en los verdaderos beneficiarios del presupuesto.

Minimizar la derrota en contextos de corrupción extrema revela una desconexión cínica con la realidad ciudadana. Banalizar el hartazgo moral del votante es un síntoma de una clase política que ha perdido el pudor y el sentido de límite.

Es hora de acordarse que el poder político no es inmunidad, sino un deber. Gobernar implica administrar con transparencia, rendir cuentas, y priorizar el bienestar colectivo por encima de los intereses sectarios, es hora de honrar el voto ciudadano. Que lejos de esto están los derrotados.

La derrota electoral sufrida por la ANR debería ser el punto de partida para una profunda autocrítica ética sin evasivas. Sin embargo, sus referentes coyunturales, siniestros personajes, con total desvergüenza persisten en negar la realidad, en blindarse ante la crítica y en perpetuar el modelo clientelar. Lo que hoy fue una derrota municipal puede convertirse mañana en un declive nacional. Anoten.

Que sepan los políticos que el hartazgo ciudadano no se esconde, sino que se contagia y revienta en las urnas. El voto es el instrumento soberano del ciudadano para frenar el abuso y la impunidad. Con el voto el ciudadano tal cual lo hizo en Ciudad del Este castiga la corrupción. En tiempos de hartazgo, votar es resistir con inteligencia.

Finalmente, cuando la indignación se vuelve colectiva, algo que se viene acumulando, ningún blindaje político resistirá. El desprecio es el preludio de una sanción democrática. Ignorar el malestar social es cavar la tumba electoral propia.

aamonta@gmail.com