Basta un grano de mostaza

Solamente el que pudo hacer esa peregrinación sabe lo que se siente. Muchos vivimos esos momentos años atrás con grupos de amigos o compañeros de colegio, o con familiares devotos.

La aventura comenzaba en la terminal tratando de encontrar algún bus que nos deje por la zona, por lo general esa primera etapa servía para preparar las piernas por la imposibilidad de ir sentado y recibir alguna estafa en el precio del pasaje.

No siempre la gente cuenta el motivo -el pedido o el agradecimiento- que lo lleva a caminar hasta Caacupé, pero indudablemente existe una fuerza que los moviliza para salir de la comodidad de sus hogares, de su descanso, para “ir a sufrir” el cansancio, el calor, las heridas propias de una larga caminata. Recuerdo que todas las veces que tuve la oportunidad pensé que sería la última, pero apenas surgía una invitación de amigos o compañeros y la historia volvía a comenzar, con el mejor humor y la buena compañía que transmite la espiritualidad de ese lugar.

Años después me tocó acompañar trabajando para este diario, inolvidables madrugadas en las que se vivían todos los climas posibles debido a que comenzábamos con el calor insoportable de la tarde bajo un sol abrumador, continuábamos con los habituales chaparrones que nos presentaban a la humedad de mil por ciento y terminaban con la fresca madrugada en la que todos se arrepentían de no tener un abrigo para seguir avanzando.

A pesar del clima “habitual” de nuestro país muchos caminaban ataviados con ropas muy incómodas, algunas vestidas de la Virgencita Azul, otros portaban enormes cruces de madera, vi a gente emocionada hasta las lágrimas yendo de rodillas por largos trechos, otros portando su rosario y desgranando las Aves María en grupo o cantando, algunas imágenes son imposibles de comprender sin el componente de la fe, una fe que en nuestro país se mantiene más que viva. Los menos religiosos iban con sus amigos escuchando música, tal vez para conocer la experiencia de la que tanta gente habla en nuestro país.

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Es posible que la mayoría de los paraguayos tenga algún recuerdo o vivencia respecto a la Virgen de Caacupé, los míos están enlazados a las peregrinaciones que hacíamos con mis abuelos en mi niñez, kilómetros de charlas, sonrisas y el encendido de la vela al llegar. Muchas veces lo hicimos sin siquiera saber el motivo, aunque mi abuelo decía siempre que “es mejor que la Virgen nos deba un favorcito”, hoy Ella sigue acompañándolo en el lugar donde él reposa.

Lejos de los recuerdos o de las discusiones teológicas que surgen siempre en estas fechas, el amor a la Madre de Dios y patrona del Paraguay que se hace evidente en estos días, va más allá de un simple grano de mostaza, muchas veces puede parecer mínima, pero es auténtica y evidencia que los milagros existen.

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