Creí que luego de “unos retoques” sería más bella; ahora, ¡ni me reconozco!

Estaba harta de mi nariz grande y mi cuerpo sin curvas, deseaba una cintura de avispa y un rostro perfecto como los de Shakira. Para lograr eso, lo que tenía que hacer era someterme a una cirugía estética. Lo hice, pero ahora ¡ni me reconozco!

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Ahorré mucho para la operación, investigué y encontré que las cirugías estéticas cuestan demasiado y más si son muchas las zonas del cuerpo que uno quiere corregir. Un día descubrí en Facebook la página de una clínica que publicó una oferta tentadora de operaciones estéticas. Llamé al lugar y pregunté los costos; del otro lado del teléfono, la secretaria me dio los precios y en comparación con los que encontré antes eran bastante accesibles. Al principio, me llamó la atención el monto, pero no le di tanta importancia, porque me alcanzaba el dinero y al fin iba a poder perfeccionar mi cuerpo.

Le comenté a mamá que me iba a someter a una cirugía estética, pero no le gustó la idea. Ella me decía que soy hermosa y que no había necesidad de retocarme la cara ni el cuerpo. Sin embargo, no le hice caso, pues creía que solo me decía eso por lástima. A pesar de la negativa de mi madre, estaba decidida a ir a esa clínica y operarme para verme más linda.

Cuando por fin llegó el día en que iba a someterme a la cirugía, me sentí muy nerviosa y ansiosa a la vez. Recuerdo que al levantarme de la cama, fui hasta el espejo, me miré y dije que después de ese día iba a ser una nueva Ana. Lo que no pensé fue que después de aquella intervención ya no me reconocería.

Cuando llegué al consultorio, me asusté un poco, pues el lugar parecía abandonado y no me daba tan buena impresión. Claro, la sala de cirugía funcionaba en el garaje de una casa. Pero en ese momento me cegó la ambición de querer ser solo bella; pese a que las irregularidades desfilaban frente a mis ojos, fui tan ingenua y acepté operarme.

Días después de la cirugía, me sentía rara, las heridas me dolían muchísimo, pero yo creí que era normal; a la vez, sentía grandes costuras en el costado de mi rostro y vientre, fui hasta el espejo y no me reconocí, era un espanto. El sueño de tener la nariz fina y cintura de avispa se convirtió en una pesadilla. Ahora, mi cuerpo está lleno de feas suturas, hasta tengo vergüenza de salir de mi habitación. Antes, solo pensaba en cambiar mi cuerpo para sentirme bella; en estos momentos, solo deseo retroceder en el tiempo y volver a ser la misma Ana de siempre.

Ahora, miles de pensamientos me vienen a la mente; recuerdo cuando mi mamá me dijo que no era necesario que me retocara el rostro para ser bella. Debí haberla escuchado, pero el afán de querer parecer a mi estrella favorita me llevó a convertirme en lo que soy: una chica llena de cicatrices por haberse dejado operar en una clínica garaje. Como decía mi abuelo: la obsesión nunca es buena consejera.

Por Dahiana Galeano (19 años)

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