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Me llamo Miguel, tengo 19 años y trabajo como playero en una estación de servicios. Mi casa está ubicada a unos pasos de la ruta 3. Hoy, jueves, es una nueva jornada laboral para mí, aunque, como trajino en horarios rotativos, esta semana entro a las cinco de la tarde.
Ya son las 16:40 y recién salí de casa, debo marcar asistencia puntualmente. No hay problema, aceleraré mi moto a fondo e iré lo más rápido posible; seguramente, llego hasta diez minutos antes.
Rumbo al trabajo, ocupo el carril derecho correspondiente. Luego, me doy cuenta que un camión de gran porte sigue su trayecto frente a mí. El vehículo es muy lento, por ende, podré adelantarme fácilmente. Piso mi cambio en tercera y acelero a fondo.
El camión hizo una maniobra totalmente inesperada: dobla a la mano derecha bruscamente y sin prender su señalero, desgraciadamente, se cruza en mi camino. Yo iba a unos 80 kilómetros por hora, más o menos.
Decido cerrar mis ojos, pues sabía perfectamente que el impacto con el camión ya era inevitable. Al abrir los ojos, una enorme luz blanca me alumbra por la cara y, en la sala donde estoy, se siente un rotundo silencio. Lo único que escucho son los latidos de mi corazón en el monitor cardíaco. Evidentemente, me encuentro en un hospital.
Luego de innumerables cirugías y medicamentos, por fin, logro ver a mamá. Le digo que me saque de este incómodo lugar y nos vayamos a casa de inmediato. Claro, mi madre nunca escuchó mi petición, me di cuenta que tampoco puedo hablar porque tengo un tubo en el cuello que me permite seguir respirando.
Dormir y despertar en el mismo lugar, sin poder mover un solo dedo, ya es una rutina de todos los días. Extraño profundamente a mis seres queridos y, por supuesto, a mi amada novia.
Ya pasó más de un mes y medio de mi estadía en el hospital. Literalmente, soy el más odiado por las enfermeras y el doctor, porque estoy bastante inquieto y ansioso. Al menos, para mí, es una buena señal porque no quedé paralítico después del grave accidente.
Luego de más de tres meses de duras batallas, junto a mis seres queridos, recibo la noticia que cambiaría mi vida: “Miguel, tengo que admitir que fuiste un chico muy fuerte; a pesar de innumerables dificultades en las cirugías, hoy tengo la satisfacción de entregarte tu alta médica”, me dice el médico. Estoy seguro que esta experiencia marcará un antes y un después en mi forma de vivir a partir de ahora.
Por Ricardo Núñez (19 años)