Cada 26 de setiembre se conmemora el Día Internacional de la Prevención del Embarazo Adolescente. Y en un mundo hiperconectado, con información a un clic y desinformación a medio, la prevención del embarazo adolescente sigue siendo un reto sanitario, educativo y social.
En torno a esta jornada, especialistas insisten en que la educación sexual integral, basada en evidencia y adaptada a la edad, no es un lujo curricular, sino una política pública clave para garantizar derechos, salud y proyectos de vida.
El panorama en cifras: del mundo a Sudamérica
A escala global, alrededor de 12 millones de niñas y adolescentes de 15 a 19 años dan a luz cada año, según la OMS y el UNFPA.
La tasa mundial de fecundidad adolescente se ha desacelerado en las últimas dos décadas, pero sigue siendo alta: en 2022, el Banco Mundial estimó cerca de 41 nacimientos por cada 1.000 adolescentes de 15 a 19 años. En menores de 15, los partos son menos frecuentes pero de altísimo riesgo sanitario y social.
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América Latina y el Caribe es la segunda región con mayor tasa de embarazo adolescente del mundo, solo detrás del África subsahariana.
Aunque hay variaciones por país, organismos como la CEPAL, la OPS y UNICEF reportan tasas regionales que suelen oscilar entre 50 y 60 nacimientos por cada 1.000 adolescentes de 15 a 19 años.
En Sudamérica, la tendencia general muestra descensos lentos, con disparidades marcadas:
- Países como Brasil y Colombia han reducido sus tasas respecto a inicios de los 2000, pero persisten niveles elevados en zonas rurales y periferias urbanas.
- Bolivia, Ecuador y Paraguay registran consistentemente tasas por encima del promedio regional.
- Perú y Chile presentan descensos sostenidos, aunque con brechas socioeconómicas y territoriales.
- Venezuela ha reportado en la última década cifras altas en comparación subregional, en un contexto de crisis y dificultades de acceso a métodos anticonceptivos.
Más allá de los promedios, los datos reiteran tres constantes: la mayor concentración de embarazos adolescentes en contextos de pobreza, menor escolaridad y limitada oferta de servicios amigables para jóvenes; el peso de uniones tempranas; y la correlación entre violencia sexual y gestaciones no deseadas.
La pandemia de covid-19 profundizó vulnerabilidades: cierres de escuelas, interrupciones en servicios de salud sexual y reproductiva, y aumentos de violencia intrafamiliar.
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Mitos que aún pesan
La evidencia es consistente: la desinformación obstaculiza la prevención. Entre los mitos más persistentes en la región:
- “La educación sexual promueve el inicio temprano de relaciones sexuales.” Estudios de la Unesco, la OPS y el Guttmacher Institute concluyen lo contrario: la educación sexual integral (ESI) retrasa el inicio, reduce el número de parejas y aumenta el uso de anticonceptivos.
- “No te podés embarazar la primera vez” o “durante la menstruación.” Falso. La ovulación y la viabilidad espermática hacen posible el embarazo en relaciones no protegidas en distintos momentos del ciclo.
- “El coito interrumpido es un método seguro.” Tiene altas tasas de falla; no protege de infecciones de transmisión sexual (ITS).
- “Las pastillas anticonceptivas causan esterilidad” o “el implante deja infértil.” No hay evidencia de infertilidad permanente por anticonceptivos reversibles.
- “La anticoncepción de emergencia es abortiva.” Actúa previniendo o retrasando la ovulación; no interrumpe un embarazo establecido.
- “Los condones siempre se rompen.” Usados correctamente, son altamente efectivos y protegen contra ITS.
- “Las apps de fertilidad son suficientes para adolescentes.” Los métodos de reconocimiento de la fertilidad requieren educación y constancia; no son recomendados como únicos métodos para población adolescente.
Lo que funciona: educar con ciencia, contexto y derechos
Expertos coinciden en tres pilares para prevenir embarazos no intencionados en la adolescencia:
- Educación sexual integral en la escuela y fuera de ella
- Contenidos progresivos, adecuados a la edad, basados en evidencia: anatomía, pubertad, anticoncepción, ITS, consentimiento, límites, placer y afectividad, diversidad, prevención de violencia y habilidades psicosociales.
- Pedagogías activas: aprendizaje entre pares, pensamiento crítico frente a mitos y desinformación digital, y competencias para la vida (negociación, toma de decisiones, proyecto de vida).
- Formación docente continua y materiales culturalmente pertinentes, con enfoque de género y derechos.
- Servicios de salud amigables para adolescentes
- Acceso gratuito o asequible a un abanico de métodos anticonceptivos modernos, incluida anticoncepción de emergencia y condones, sin barreras injustificadas.
- Confidencialidad, no discriminación y horarios adaptados; derivaciones para salud mental y apoyo en casos de violencia.
- Información clara sobre eficacia, efectos secundarios y uso correcto de los métodos, con toma de decisiones compartida.
- Corresponsabilidad familiar y comunitaria
- Habilitar el diálogo entre madres, padres, cuidadores y adolescentes; proveer guías para conversaciones abiertas, sin moralismos ni estigmas.
- Programas que trabajen masculinidades cuidadoras, prevención de violencias y equidad de género.
- Entornos seguros: escuelas libres de acoso, rutas claras para denunciar abuso y matrimonios/ uniones infantiles.
Prevenir el embarazo adolescente no se logra con una charla aislada ni con mensajes de abstinencia. Se consigue con información veraz, libertad para decidir, oportunidades educativas y económicas, y un Estado que garantice derechos. Eso es, precisamente, la educación sexual que importa.