Por décadas, la “primera vez” ha estado rodeada de creencias que se transmiten de generación en generación, muchas sin sustento científico y con efectos sociales dañinos. La medicina y la investigación en sexualidad han desmontado varias de estas ideas, desde el papel del himen hasta la supuesta inevitabilidad del dolor o las expectativas sobre el “desempeño” masculino.
Esto es lo que sabemos.
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El mito del himen y la “prueba de virginidad”
La imagen del himen como un “sello” que se rompe al tener relaciones sexuales por primera vez no resiste el contraste con la anatomía.
El himen es una membrana elástica con aberturas naturales que varía enormemente entre personas: puede ser en forma de media luna, anular, festoneado, más o menos elástico. En muchas mujeres se estira con actividades no sexuales (uso de tampones, ejercicio, exploración) y en otras puede sangrar con el primer coito; en no pocas, no sangra en absoluto.
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Las principales asociaciones ginecológicas y de salud sexual subrayan que no existe un examen físico capaz de “probar” la virginidad.
La Organización Mundial de la Salud, junto a otras agencias de Naciones Unidas, publicó en 2018 una declaración conjunta pidiendo la prohibición de las llamadas “pruebas de virginidad”, por carecer de validez médica y constituir una violación de derechos humanos. Pese a la condena internacional, estas prácticas persisten en distintos países y también en comunidades migrantes, con consecuencias físicas y psicológicas para las mujeres y niñas sometidas a ellas.
Además, la obsesión con el himen alimenta industrias como la “reconstrucción” o himenoplastia, y sostiene normas sociales de control sobre la sexualidad femenina.
La evidencia médica es clara: el estado del himen no determina la historia sexual de una persona, y no puede utilizarse para certificar nada sobre su vida íntima.
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Dolor la primera vez: ¿inevitable o construido?
Otra creencia extendida es que el primer encuentro sexual con penetración “debe doler”. La ciencia sugiere lo contrario: el dolor no es un destino biológico, sino el resultado de múltiples factores modulables.
La falta de educación sexual, la ansiedad, la tensión de la musculatura del suelo pélvico, la ausencia de excitación suficiente y la lubricación inadecuada explican una gran parte de las experiencias dolorosas.
Estudios en población joven han documentado que las expectativas negativas y la ansiedad anticipatoria aumentan la percepción de dolor, un fenómeno cercano al nocebo: si se espera dolor, es más probable que duela.
También se ha observado que la ansiedad reduce la lubricación vaginal y dificulta la relajación muscular, condiciones clave para que la penetración sea confortable.
Revisiones en sexología clínica y ginecología han encontrado asociaciones consistentes entre ansiedad de rasgo y estado, experiencias sexuales tempranas dolorosas y dispareunia posterior.
La buena noticia es que intervenciones simples —información basada en evidencia, tiempos de excitación adecuados, uso de lubricantes, comunicación y consentimiento explícito— disminuyen significativamente la probabilidad de dolor.
Cuando el dolor persiste, la evaluación profesional puede detectar causas específicas (desde vaginismo a infecciones) y ofrecer tratamientos eficaces, incluidos abordajes del suelo pélvico y terapia cognitivo-conductual.
El sangrado como señal de “primera vez”
El sangrado tras la primera relación sexual se ha convertido en algunos contextos en una “prueba” social de virginidad, con exigencias que van desde sábanas manchadas hasta rituales públicos. La realidad médica es otra: muchas mujeres no sangran en su primer coito, y cuando ocurre, suele deberse a pequeñas fisuras en el tejido vaginal o a fricción sin lubricación suficiente, no a la ruptura de un “sello”.
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Insistir en el sangrado como norma expone a mujeres y adolescentes a estigmatización, violencia de honor, presiones para someterse a cirugías innecesarias o a prácticas peligrosas para “provocar” la evidencia. También afecta la vivencia íntima: la expectativa de sangrado y dolor incrementa la ansiedad y deteriora la calidad del encuentro.
El rendimiento masculino: presión y falsas creencias
Los hombres tampoco escapan a los mitos que pesan sobre la primera experiencia sexual: erecciones largas y constantes, orgasmo controlado al milímetro, y la idea de “saber qué hacer” sin aprender ni comunicar. Estas expectativas, alimentadas por la pornografía y por guiones culturales rígidos, chocan con la fisiología y con la realidad de los aprendizajes sexuales.
La sexología clínica describe desde hace décadas la “ansiedad de desempeño” como un factor central en dificultades eréctiles y eyaculatorias, especialmente en varones jóvenes.
Observarse a uno mismo como si fuera un espectador, evaluar el propio “rendimiento” en tiempo real y temer el “fracaso” interfieren con la excitación y el disfrute. La evidencia sugiere que la educación sexual, la reducción de expectativas irreales, el foco en el placer mutuo y la comunicación reducen esa presión y mejoran la experiencia.
Qué cambia cuando se incorpora evidencia
- La virginidad no es un diagnóstico: es un concepto social sin correlato anatómico verificable.
- El himen no es un sello: su forma y elasticidad varían; su aspecto no demuestra nada sobre la actividad sexual.
- El dolor no es obligatorio: surge con más probabilidad por falta de información, ansiedad y escasa lubricación; con preparación y consentimiento, la primera vez puede ser placentera.
- El sangrado no es una prueba: muchas primeras relaciones no cursan con sangrado, y exigirlo perpetúa daños sociales.
Como señalan organismos internacionales y sociedades médicas, la educación sexual integral, el acceso a servicios de salud respetuosos y la erradicación de prácticas sin sustento científico son claves para proteger la salud y los derechos de adolescentes y jóvenes.
La primera experiencia sexual —cuando ocurre de forma consentida, informada y deseada— no tiene por qué doler, ni sangrar, ni seguir un guion de perfección. Tiene que ser, ante todo, segura y libre.