Según el Índice de Percepción de la Corrupción 2024, difundido hace unos días por la conocida organización Transparencia Internacional, los paraguayos estiman que en su país la deshonestidad campea en el sector público, tanto que, en Sudamérica y por tercer año consecutivo, solo los venezolanos tienen una percepción aún más negativa con respecto al suyo. En una escala que va del cero (“muy corrupto”) al cien (“muy limpio”), el Paraguay ocupa el puesto 149 de entre 180 países y territorios, habiendo perdido cuatro puntos con relación al estudio de 2023. En otros términos, la espantosa corrupción se ha agravado aún más a los ojos de sus propios habitantes, de lo que nuestras autoridades parecen no estar enteradas y siguen presentando al Paraguay como un verdadero paraíso terrenal, como si los interlocutores internacionales no estuvieran conectados a los medios y no supieran lo que ocurre en el país.
En virtud de una paradoja cruel, en nuestro país no escasea el agua, pero son muy frecuentes los cortes en los suministros de energía hidroeléctrica y del vital líquido, sobre todo durante el verano, como resultado de las deficiencias de la Administración Nacional de Electricidad (ANDE) y de la Empresa de Servicios Sanitarios del Paraguay SA (Essap). “Apenas prendés un aire acondicionado y ya se te corta la luz, o no podés regar tus plantas porque escasea el agua”, se quejaba una pobladora de San Bernardino, la tradicional ciudad veraniega distante apenas 45 km de Asunción. Y conste que estos problemas no se presentan repentinamente, sino que se repiten cada año, de modo que la falta de solución ya obedece, sin lugar a dudas, a la inutilidad, la imprevisión, la indiferencia o la corrupción, o todas ellas juntas, de las autoridades de ambas entidades.
Se suele decir que en el Paraguay existen delitos, pero no delincuentes. Y así ha de ser porque con mucha frecuencia se denuncian o se publican escandalosos faltantes de dinero público, pero rara vez aparecen los responsables, y, si aparecen, no es raro que alguna sentencia judicial absuelva a los responsables, o le aplique alguna pena mínima, luego de largos procesos bombardeados con chicanas, al punto de que cuando concluyen, el caso ya se ha enfriado u olvidado. De recuperar lo robado, ni hablar. A lo sumo, alguna donación insignificante a alguna entidad de beneficencia, o algún trabajo comunitario ínfimo para el responsable. Sobre todo si el caso involucra a un político con apoyo en el Gobierno de turno. Es hora de demostrar que en el Paraguay no solo hay delitos sino también hay delincuentes, y que estos reciben el condigno castigo.
El suboficial Milciades López Romero, subjefe del Grupo Especial de Operaciones (GEO) en Ypejhú, se encuentra en Cartagena, Colombia, sin haber solicitado los permisos correspondientes ni salido de vacaciones, por lo tanto, no tuvo autorización. Su jefe y él están bajo sumario administrativo. Este llamativo hecho se da en coincidencia con la muerte de Correa Galeano, vinculado al asesinado de Marcelo Pecci, en Colombia.
Empezamos un nuevo año con esperanzas renovadas y muchos deseos de construir un Paraguay de oportunidades, de igualdad real, de salud y educación de excelencia, de justicia social, de vida digna y de menor corrupción estatal. Para ello debemos tener fresca la memoria de todo lo que pasamos durante el 2024. Un año caracterizado por la desvergüenza parlamentaria que día tras día traspasaba nuevos límites de asombro y decepción. Recordemos los escándalos por contratos y nombramientos inmerecidos de personas que no cumplían más que con “el requisito” de ser amigos, parientes o parejas sentimentales de senadores y diputados. Sumado a estos vergonzosos contratos y nombramientos sin concurso y con abultados salarios por el simple hecho de ser hijos de “nuestros representantes” electos, también fuimos testigos del despilfarro estatal del dinero público en viajes innecesarios, entre otros despilfarros.
El seductor eslogan “Vamos a estar mejor”, que el entonces candidato presidencial Santiago Peña lanzó de cara a los comicios de 2023, contenía la seductora promesa de que el bienestar general iba a aumentar si la mayoría de sus conciudadanos confiaba en ella. No pasó mucho tiempo tras haber asumido el cargo ganado en las urnas para que se constate que el bienestar de numerosos cartistas aumentó bastante con la conquista de altos cargos estatales o con el ascenso a otros mejor remunerados, sin que hasta hoy se observe que el del común de la gente haya corrido ni de lejos igual suerte. Es de desear que la famosa promesa presidencial llegue a todos los paraguayos y no solo a quienes integran la clase gobernante.