8 de junio de 2025
Al triángulo que tiene un ángulo recto; es decir, que mide 90º le llamamos triángulo rectángulo. Como en todo triángulo la suma de los ángulos interiores es 180º, la suma de los otros dos ángulos (ambos agudos) es igual a 90º.
Dejando por ahora de lado el incómodo hecho de que los grandes premios suelen generar argumentos de autoridad, efecto muy fastidioso en el caso de la ciencia, por principio –y por el necesario imperio de la lógica en el pensamiento deductivo– contraria a todas las formas del «Magister dixit», hay un detalle interesante en los Nobel de ciencia de esta semana: la aparición de las Matemáticas, a través de la Topología, en el caso del Nobel de Física.
Aunque en nuestro mundo todo tiene tres dimensiones, ni una menos, ni una más, solemos decir que una hoja de papel es «plana». No lo es, pero nuestro esquema mental de ella, sí. Y, si dibujamos un cubo, decimos que hemos creado la ilusión de la profundidad utilizando la perspectiva; es decir, que «parece» que en ese «plano» (la hoja) hay tres dimensiones.
En 1884, con el pseudónimo de «A. Square», el erudito clérigo anglicano Edwin Abbott Abbott (1838-1926) publicó Flatland: A Romance of Many Dimensions, que en español conocemos como «Planilandia». Sátira geométrica que sucede en un mundo bidimensional, su exposición de conceptos matemáticos y su parodia del orden jerárquico de la sociedad victoriana le han dado a esta novela un lugar único en la historia de la ficción científica. Anterior a la enunciación de la teoría de la relatividad, escrita cuando Einstein era todavía un niño pequeño, el juego especulativo con las dimensiones es en Flatland puramente matemático.