Los conflictos modernos ya no se libran solo con armas ni en campos de batalla físicos. Hoy, las redes sociales —en especial TikTok— se han convertido en escenarios clave donde se disputa el control del relato, la empatía global y la legitimidad política.
En el caso del conflicto en Gaza, estas plataformas no solo informan: moldean la percepción global del conflicto, alteran narrativas dominantes y movilizan solidaridad internacional en tiempo real.
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Del corresponsal al ciudadano con móvil
Durante décadas, la cobertura de guerras y conflictos estuvo en manos de medios tradicionales, con limitaciones editoriales, políticas y logísticas.
Hoy, cualquier persona con un teléfono puede documentar lo que sucede a su alrededor y compartirlo con millones en cuestión de minutos. Las redes sociales han descentralizado el relato.
TikTok ha revolucionado la forma en que consumimos contenido: videos breves, cargados de emoción, diseñados para viralizarse.
En escenarios de guerra, esto significa imágenes crudas, testimonios urgentes y escenas cotidianas que ponen rostro humano al conflicto.
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Esta estética directa genera conexiones emocionales más rápidas que los reportajes convencionales.
Multiplicidad de voces, múltiples verdades
Frente a los discursos unificados de los medios estatales o corporativos, TikTok permite que narrativas diversas —y a menudo marginadas— cobren visibilidad.
Esto se traduce en una mayor presencia de voces de quienes sufren y relatan sus experiencias desde dentro, lo que desafía las versiones oficiales o dominantes y humaniza el conflicto ante los ojos del mundo.
El riesgo de la desinformación
Pero este nuevo ecosistema tiene un lado oscuro: la velocidad y viralidad con la que circulan los contenidos también favorecen la difusión de desinformación.
Videos fuera de contexto, imágenes manipuladas o testimonios sin verificar pueden distorsionar la realidad.
El algoritmo prioriza lo que genera reacciones, no lo que es veraz.
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En teoría, la verificación del contenido recae sobre los usuarios. En la práctica, los algoritmos amplifican lo más comentado, independientemente de su precisión.
Así, una narrativa falsa puede convertirse en verdad percibida con millones de reproducciones antes de que pueda ser corregida. La guerra simbólica se libra también contra la mentira.
Más allá de la información, las redes sociales han potenciado el activismo global. TikTok, Instagram y X permiten coordinar protestas, viralizar campañas y exigir rendición de cuentas. Lo que antes requería semanas de organización hoy puede encenderse en horas, con un hashtag como chispa.
Estas plataformas pueden forzar pronunciamientos diplomáticos, acelerar respuestas humanitarias o denunciar abusos en tiempo real. El activismo digital ya no es un apéndice del activismo tradicional: es un actor geopolítico de peso.