El 23 de junio de 1912 nacía en Londres Alan Turing, el matemático que no solo descifró códigos nazis durante la Segunda Guerra Mundial, sino que imaginó —décadas antes de su tiempo— un mundo donde las máquinas podrían pensar. Su legado no solo fundó la informática moderna, sino que también dio origen al concepto mismo de inteligencia artificial.
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El nacimiento de la computación teórica
Desde joven, Turing demostró un talento descomunal por la lógica y las matemáticas. En 1936, con apenas 24 años, publicaba el artículo On Computable Numbers, donde presentaba un modelo teórico de una máquina capaz de ejecutar instrucciones lógicas: la ahora célebre “máquina de Turing”. Este modelo es la base sobre la que aún hoy se construye la informática teórica.

Más que un ejercicio académico, esa abstracción sentó las bases de los algoritmos, los lenguajes de programación y, con el tiempo, de lo que hoy se conoce como IA.
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La guerra, Enigma y la primera gran aplicación
Durante la Segunda Guerra Mundial, Turing aplicó sus teorías para desarrollar Bombe, una máquina diseñada para romper los códigos cifrados por Enigma, el sistema de comunicación alemán. Su trabajo en Bletchley Park fue decisivo para el desenlace del conflicto: acortó la guerra y salvó millones de vidas.
Fue uno de los primeros ejemplos históricos de cómo una idea puramente matemática podía tener un impacto directo y devastador en el mundo real. Su labor fue reconocida oficialmente por el gobierno británico décadas después, en un intento de reparar la deuda histórica con su figura.
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El test que definió el futuro de la IA
En 1950, Turing fue aún más lejos: en su ensayo Computing Machinery and Intelligence planteó una pregunta provocadora para su época: “¿Pueden las máquinas pensar?”. Para responderla, propuso una prueba: si una máquina podía imitar con éxito el comportamiento humano en una conversación, entonces debía considerarse inteligente.
Ese test —conocido como el Test de Turing— sigue siendo uno de los pilares de la filosofía y el desarrollo práctico de la inteligencia artificial. Aún hoy, startups, universidades y gigantes tecnológicos lo toman como referencia para medir los avances en IA conversacional y cognitiva.
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Un legado brillante, una vida injusta
A pesar de sus contribuciones, la vida personal de Turing fue marcada por la discriminación. En 1952 fue condenado por homosexualidad, lo que le valió un brutal tratamiento químico y un juicio público que arruinó su carrera. Murió en 1954 en circunstancias que aún generan debate.
Décadas más tarde, en 2013, recibió un indulto póstumo por parte de la Reina Isabel II, en un gesto simbólico que buscó reparar parte del daño infligido por una sociedad que no estuvo a la altura de su genio.
Turing no solo imaginó la IA antes de que existiera: definió el camino. Su pensamiento visionario sigue influyendo en la ciencia de datos, el desarrollo de algoritmos y el diseño de máquinas inteligentes. En un mundo dominado por la tecnología, su legado no es solo una inspiración: es un recordatorio de que las ideas más revolucionarias a veces comienzan con una sola pregunta.