A casi 3.800 metros sobre el nivel del mar, el Monte Erebus rompe el horizonte blanco con su cono humeante y sus laderas de hielo azul. Es el volcán activo más austral del planeta y uno de los pocos que alberga un lago de lava persistente, un fenómeno raro que lo ha convertido en laboratorio natural para la ciencia y en objeto de deseo para un puñado de expedicionarios dispuestos a desafiar la Antártida.
Un fuego antiguo en el fin del mundo
Ubicado en la Isla de Ross, frente a la plataforma de hielo del mismo nombre, el Erebus domina un paisaje extremo. Descubierto en 1841 por la expedición británica de James Clark Ross —quien lo bautizó como su buque, el HMS Erebus—, el volcán ha mantenido actividad casi continua durante décadas.

Su cráter superior, de unos cientos de metros de diámetro, contiene un lago de lava de composición fonolítica, poco común en el registro volcánico global, cuya agitación intermitente produce pequeñas explosiones estrombolianas y columnas de vapor que se recortan sobre un cielo polar inmutable.
Lea más: De la Antártida a Groenlandia: viajes extremos a los rincones más fríos del mundo
Esta persistencia lo coloca en una lista corta junto a Kilauea (Hawái) o Nyiragongo (RD del Congo), aunque las condiciones antárticas lo hacen singular.
Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy
Las fumarolas congeladas levantan chimeneas de hielo —torres esculpidas por el choque entre calor y frío extremo— y la interacción entre gases volcánicos y nieve crea una red de cuevas heladas con microclimas internos, estudiadas como posibles análogos de ambientes subglaciales en Marte.
Ciencia en el corazón del hielo
El Monte Erebus es un punto clave para proyectos internacionales de vulcanología, geoquímica y microbiología. Equipos vinculados al Programa Antártico de Estados Unidos y al de Nueva Zelanda, con bases en McMurdo y Scott Base, han mantenido instrumentos que registran sismicidad, deformación del terreno y emisiones de gases.

Los datos ayudan a entender cómo se comportan los sistemas magmáticos de alta viscosidad y la dinámica de los lagos de lava, todavía poco comprendida a escala global.
Las cuevas formadas por las fumarolas han revelado comunidades microbianas que prosperan sin luz solar, alimentadas por compuestos químicos presentes en los gases volcánicos. Estas biopelículas sugieren estrategias de vida adaptadas a ambientes extremos, con implicaciones para la astrobiología y la búsqueda de vida en mundos helados.
El entorno ofrece también pistas sobre la relación entre volcán y clima: el Erebus emite dióxido de azufre y dióxido de carbono, trazables en la atmósfera local. Aunque su contribución al balance global es modesta, su monitorización a largo plazo ayuda a calibrar modelos y a separar señales naturales de las derivadas de la actividad humana.
Un destino tan fascinante como exigente
La Antártida no es un destino abierto. El acceso a la Isla de Ross y a las cercanías del Erebus está estrictamente regulado por el Sistema del Tratado Antártico y por las autoridades nacionales que operan en la región.
La mayoría de las personas que llegan lo hacen por razones científicas o logísticas, en campañas que se concentran entre noviembre y febrero, cuando el clima ofrece una ventana relativamente más benigna.
Incluso en verano austral, las temperaturas pueden desplomarse decenas de grados bajo cero y los vientos catabáticos reducir la visibilidad a metros.
El turismo existe, pero es marginal y sujeto a autorizaciones y protocolos estrictos de seguridad y medio ambiente. Algunas expediciones de crucero que navegan el mar de Ross en temporadas favorables permiten avistamientos lejanos del volcán y desembarcos en lugares seleccionados, siempre bajo supervisión y sin acceso al cráter. El principio rector es claro: minimizar el impacto en un ecosistema frágil y no dejar huella.
Lea más: Aventura y adrenalina juntos: viajes para parejas que buscan emociones fuertes
Para los aventureros, el atractivo es evidente: una montaña activa emergiendo de un continente de hielo, rodeada de esculturas naturales, con historia a sus pies. Pero el desafío no se parece a ningún otro.

Más allá de la altitud y el hielo, el aislamiento condiciona toda operación. La capacidad de búsqueda y rescate es limitada, la meteorología es volátil y los riesgos —desde grietas ocultas hasta gases volcánicos— requieren planes robustos, equipos especializados y la coordinación con programas oficiales.
La preparación responsable y el cumplimiento de la normativa no son opcionales: son la línea entre la épica y la imprudencia.
Memoria y lecciones de una tragedia
En 1979, la tragedia marcó para siempre el nombre del Erebus. El vuelo 901 de Air New Zealand, un recorrido turístico de sobrevuelo, impactó contra la ladera norte del volcán en condiciones de baja visibilidad, causando la muerte de 257 personas.
El accidente derivó en una de las investigaciones más intensas de la aviación civil y en cambios de procedimiento que resuenan hasta hoy. En la isla, memoriales discretos recuerdan la dimensión humana de un paisaje que, por hermoso, no deja de ser implacable.
El paisaje que cambia
La Antártida está en transformación. Los científicos observan variaciones en la extensión del hielo marino del mar de Ross, cambios en los patrones de viento y precipitaciones, y alteraciones en la estabilidad de plataformas cercanas.
Si bien el Erebus mantiene su actividad dentro de parámetros conocidos, el entorno que lo rodea no es estático. Estos cambios afectan la logística de acceso y la ventana operativa anual, y alimentan debates sobre el futuro del turismo polar y la responsabilidad de conservar uno de los últimos grandes espacios prístinos del planeta.
Una frontera que exige respeto
Para muchos, el Monte Erebus encarna la paradoja antártica: un fuego eterno respirando bajo un casquete helado, belleza y peligro enlazados en equilibrio precario. Su magnetismo no se mide solo en fotografías de chimeneas de hielo o en relatos de cráteres incandescentes, sino en la suma de ciencia, historia y ética que exige a quien se le aproxima.
En un mundo donde casi todo parece accesible, el Erebus recuerda que quedan fronteras que no se cruzan a la ligera. Quien sueña con él —científico, montañista, fotógrafo o navegante— se enfrenta a un pacto: aceptar las reglas de un continente consagrado a la paz y la investigación, y asumir que la aventura, en su versión más auténtica, se mide tanto en prudencia como en audacia.
