En la parte introductoria del Plan de Desarrollo Nacional, Paraguay 2030 se revela claramente la asunción de la “economía del conocimiento” como clave y fundamento de un país que en 14 años más quiere ser “competitivo, ubicado entre los más eficientes productores de alimentos a nivel mundial, con industrias pujantes e innovadoras, que empleen fuerza laboral capacitada, proveedor de productos y servicios con tecnología, hacia una economía del conocimiento” (2014). Más allá de las buenas intenciones, que por cierto, inundan el documento, hay que preguntarse ¿de dónde proviene y qué implica la idea de conocimiento que de manera manifiesta surca los párrafos del Plan en cuestión?
Pretender identificar una sola definición de bioética es desconocer la pluralidad de visiones y fundamentos que conviven en el tiempo presente. En ese sentido, en términos epistemológicos, cabría hablar de una “inconmensurabilidad”, es decir, cuando una propuesta teórica no satisface, surge otra como alternativa. Analizaremos de manera sumaria cuatro definiciones distintas.
Una vez se pudo establecer los resultados de las deliberaciones, El Informe Belmont pretendió simplificar los principios éticos básicos en una Declaración que distinguiera entre investigación y práctica. El objetivo era ayudar a zanjar los muchos dilemas éticos que la praxis biomédica y las investigaciones –que incluyen sujetos humanos– debían hacer frente. A pesar del rigor del mencionado documento, la efímera vida del mismo es homologable a su nula y estéril incidencia en la praxis biomédica y científica.
La ética médica como antecedente histórico en el perfilamiento de la institucionalización de la bioética es un detalle a tener en cuenta. Más de veinticinco siglos de reflexión con un claro propósito: definir y mejorar la relación médico-enfermo.
El reconocido bioeticista alemán Hans-Martin Sass, luego de una importante investigación, arrojó luz alrededor del origen de la palabra bioética. El mencionado investigador ha trabajado áreas como la ética de la investigación, la ética clínica y la ética en salud pública. Su perspectiva siempre ha sido abierta y proclive a la pluralidad e interculturalidad y todo lo que ello implica en el ámbito de la bioética. Sus aportes han sido determinantes a la hora de afianzar conceptos y categorías como «responsabilidad personal» y «responsabilidad profesional». Asimismo, sus reflexiones en torno a la importancia de la confianza mutua y la necesidad de hablar de la «ética de la asociación» le otorgaron un reconocimiento unánime de sus pares bioeticistas.
Al parecer, al día de hoy todavía persiste una creencia estereotipada de que hacer investigación es sinónimo de enfrascarse en un laboratorio, contar con una serie de instrumentos, tener equipos complicados y manejar fórmulas matemáticas en extremo enigmáticas. La utilidad es celebrada y valorada por los muchos progresos y por la incidencia de los avances en la vida cotidiana.
Este martes, en Londres, en el informe 2014-15 de Amnistía Internacional, se mencionó la querella criminal presentada en Argentina en abril del año pasado por los crímenes contra los Aché cometidos bajo la dictadura de Alfredo Stroessner. Cuando, en la década de 1950, la expansión agrícola del este de Paraguay se disparó, esta tribu de cazadores-recolectores, que vivía originalmente en los bosques de esa región, se volvió un estorbo y fue diezmada por los colonos. Que hacían partidas de caza para matar hombres y capturar y vender como esclavos a mujeres y niños. El antropólogo alemán Mark Münzel captó la atención mundial con su informe Genocidio en Paraguay (1973), publicado por Iwgia, organización danesa, pero el entonces presidente Alfredo Stroessner tenía aún aliados internacionales poderosos. Los Aché fueron exterminados y arrojados de sus bosques por la expansión de la ganadería y la agricultura. Esos bosques están hoy casi destruidos. El año pasado, los sobrevivientes de la tribu Aché llevaron al Gobierno de Paraguay a juicio por genocidio. Con el consejo de Baltasar Garzón, la Federación Nacional Aché abrió un caso judicial en Argentina bajo el principio de jurisdicción universal, que permite, si las víctimas no reciben justicia en el suyo, juzgar crímenes de lesa humanidad en otro país. En el relato que sigue, el doctor José Manuel Silvero recrea una de las mil historias vividas por los Aché.
No todos debemos pensar del “mismo modo” sobre la misma realidad. Si bien es cierto que la escuela normalista se empeñó en producir “bien-pensantes”, la escuela del tiempo presente –dependiendo de la corriente teórica– está inmersa en paradigmas distantes de aquellos aciagos años de ortopedia corporal y corsé intelectual.
Las ideas de Foucault sobre el biopoder, del cuerpo como materia política –la materia de la que está hecho el sujeto moderno– y de la intervención política del cuerpo –es decir, de la salud, de la sexualidad, de la higiene, etcétera– sirven a José Manuel Silvero en este artículo para analizar un problema actual: la polémica sobre el proyecto de ley contra toda forma de discriminación.
El contexto material y cultural ha logrado moldear el cuerpo a lo largo de la historia de la humanidad. En la antigüedad podemos constatar la vigencia de una idea cercana a un cuerpo inefable e invisible, reflejo de una potencia divina, increada. Por su parte, en la filosofía platónica observamos al cuerpo como «sombra» de un arquetipo ideal. Asimismo, entre los artistas griegos el cuerpo se presenta como objeto de emoción estética. Con los místicos medievales el cuerpo se vuelve despreciable, es fuente de pecado y bajeza. Pero en el Renacimiento cambia la visión, y el cuerpo se convierte en objeto de conocimiento científico. La Reforma Protestante configuró el cuerpo como mensaje moralizador.