Del arroz seco al polígrafo: un viaje por la historia de la búsqueda de la verdad

Concepto de prueba de polígrafo.
Concepto de prueba de polígrafo.Shutterstock

A lo largo de la historia, la fascinación por desentrañar la verdad del cuerpo humano ha evolucionado desde rituales antiguos hasta el polígrafo moderno. Sin embargo, la ciencia cuestiona su fiabilidad.

La idea de “leer” la verdad en el cuerpo humano ha fascinado a sociedades de todas las épocas. Desde rituales de justicia arcaicos hasta sofisticados aparatos conectados a un sujeto mediante cables y sensores, la promesa es siempre la misma: desenmascarar la mentira. El polígrafo —popularizado como “detector de mentiras”— encarna esa aspiración moderna.

Pero, al cabo de un siglo de uso y controversia, la comunidad científica sigue preguntándose si mide la mentira o, apenas, el miedo a ser atrapado.

De arroz seco a agujas de tinta: una historia de obsesión

Mucho antes de que la fisiología entrara a los interrogatorios, varias culturas intentaron forzar al engaño a delatarse.

En la antigua China se practicaba la prueba del arroz seco: al acusado se le pedía masticar y escupir arroz; si el grano persistía seco, se tomaba como signo de culpa, bajo la idea de que el miedo inhibe la salivación.

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Otros pueblos recurrieron al calor, al dolor o a sustancias para provocar respuestas “involuntarias” que supuestamente revelaban la verdad.

El giro científico llegó a inicios del siglo XX, cuando avances en psicología y medicina permitieron cuantificar señales autónomas del cuerpo.

William Moulton Marston, psicólogo y también creador de Wonder Woman, exploró la relación entre la presión arterial y la mentira, proponiendo que la excitación emocional asociada al engaño elevaba la tensión.

Concepto de prueba de polígrafo.
Concepto de prueba de polígrafo.

Casi en paralelo, John Augustus Larson, médico y policía en Berkeley, ensambló en 1921 uno de los primeros dispositivos que registraban de manera simultánea la respiración, el pulso y la presión arterial.

Esos aparatos, armados con tubos de goma, brazaletes y plumillas que trazaban líneas sobre papel, sentaron las bases del polígrafo moderno. A mediados del siglo, investigadores como Leonarde Keeler perfeccionaron el instrumento y popularizaron su uso en pesquisas policiales y laborales.

¿Qué mide realmente el polígrafo?

El nombre lo delata: “poli-grafo” registra múltiples trazos fisiológicos. Los sensores habituales capturan:

  • Respiración torácica y abdominal.
  • Conductancia o respuesta galvánica de la piel (variaciones en el sudor).
  • Frecuencia cardíaca y presión arterial.

El supuesto de fondo es que mentir requiere esfuerzo cognitivo y conlleva emoción —ansiedad, temor— que activan el sistema nervioso autónomo. Esa activación deja huellas en la piel, el pulso y la respiración.

Más que “oír” una mentira, el polígrafo infiere probabilidades a partir de patrones de activación. Para hacerlo, se usan protocolos de entrevista.

El más extendido es el de Preguntas de Control (Control Question Test, CQT): se alternan preguntas relevantes sobre el hecho investigado con preguntas de control, diseñadas para provocar una respuesta emocional comparativa (por ejemplo, “¿Alguna vez ha mentido para salir de problemas?”). El examinador interpreta si la reactividad es mayor ante las preguntas relevantes que ante las de control.

Concepto de prueba de polígrafo.
Concepto de prueba de polígrafo.

Existe además el Test de Conocimiento Culpable o de Información Oculta (Guilty Knowledge Test/Concealed Information Test), propuesto por David Lykken, que no busca que el sujeto “admita” un acto, sino que detecta reconocimiento de detalles que solo el autor debería conocer.

En la práctica, este enfoque puede ser más específico, pero requiere que la policía conserve en secreto información del caso y que el culpable esté expuesto a esos detalles, condiciones que rara vez se cumplen plenamente.

Por qué la ciencia no lo considera fiable

Pese a su aura tecnológica, el polígrafo no detecta la mentira, sino la activación fisiológica inespecífica. Ese es el punto crítico que explica la persistente desconfianza científica:

  • No hay una “firma fisiológica” de la falsedad. La ansiedad, el miedo o la mayor carga cognitiva pueden aparecer al mentir, pero también al decir la verdad en contextos amenazantes. Personas inocentes muy nerviosas generan falsos positivos; personas culpables con buen control emocional o entrenadas pueden producir falsos negativos.
  • Dependencia del protocolo y del examinador. La formulación de preguntas, la relación con el sujeto y la interpretación del gráfico introducen variabilidad. A diferencia de pruebas estandarizadas de laboratorio, aquí el factor humano es determinante.
  • Vulnerabilidad a contramedidas. Entrenamientos de respiración, movimientos musculares sutiles, imaginación de estímulos dolorosos, o incluso fármacos, pueden alterar selectivamente los canales que el polígrafo monitoriza, enmascarando o amplificando respuestas.
  • Evidencia limitada y sesgos de muestra. Revisiones independientes, como el informe de 2003 del National Research Council en Estados Unidos, concluyeron que la precisión en escenarios reales es moderada a baja, con tasas de error incompatibles con decisiones de alto riesgo. Meta-análisis más recientes coinciden en que el rendimiento disminuye en aplicaciones forenses respecto de estudios de laboratorio controlados.
  • Problemas éticos y legales. El potencial de coacción y el riesgo de falsas acusaciones han llevado a restricciones. En Estados Unidos, la Employee Polygraph Protection Act (1988) prohibió su uso generalizado en el sector privado; su admisibilidad en tribunales es limitada y varía por jurisdicción. En muchos países, los resultados no tienen valor probatorio.

En suma, la comunidad científica considera que el polígrafo puede producir información orientativa en ciertos contextos, pero no cumple los estándares de validez y confiabilidad que se exigen a pruebas determinantes.

Ingenio técnico, límites humanos

La persistente popularidad del polígrafo dice tanto sobre nuestra tecnología como sobre nuestra psicología. El dispositivo mide, con notable sensibilidad, cambios reales en el cuerpo. Lo que no puede hacer —y probablemente no podrá— es convertir esos cambios en una lectura inequívoca de la verdad.

La mentira no es un reflejo; es un fenómeno complejo, incrustado en el contexto, la emoción y la cognición.

Mientras nuevas herramientas, desde análisis de voz hasta neuroimagen funcional, prometen detectar el engaño con más precisión, arrastran el mismo talón de Aquiles: confunden correlaciones de activación con causalidad moral.

La historia, desde el arroz seco hasta las agujas del polígrafo, recuerda una lección simple y difícil: desenredar la verdad del cuerpo humano exige más que sensores; exige método, prudencia y escepticismo.