La cuestión militar

Las Fuerzas Armadas tuvieron una participación decisiva en la caída de la dictadura en 1989. A partir de entonces, y durante la primera década del proceso democrático, las fuerzas armadas desplegaron un poder especial, cuyas figuras dominantes fueron el general Andrés Rodríguez y el general Lino César Oviedo. A partir de 1989, la democracia paraguaya se vio sometida a enormes presiones provenientes de ciertos sectores de la Asociación Nacional Republicana (ANR) y de las Fuerzas Armadas, las que tuvieron como consecuencia principal la crisis militar de 1996, con el enfrentamiento entre el presidente Juan Carlos Wasmosy y el general Lino César Oviedo, convertido ya entonces en influyente actor político en las cuestiones internas de la ANR. El pase a retiro del general Oviedo en 1996 y su posterior procesamiento y condena por sedición en 1998, desencadenaron la cruenta crisis institucional que terminó con la presidencia de Raúl Cubas Grau en 1999. Aunque la democracia superó con problemas la crisis de 1999, quedó afectada por ella, tanto como en 1996. Las crisis militares e institucionales mencionadas no fueron detenidas, principalmente, por unas Fuerzas Armadas decididas a defender la democracia, sino por las fuertes presiones de la comunidad internacional.

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A partir de entonces, se ha notado una paulatina disminución del militarismo en el país. Si bien los tradicionales golpes de Estado militares parecen superados, las fuerzas armadas mantienen (efectiva o potencialmente) un destacado lugar en la resolución de los conflictos políticos internos. Aunque las relaciones cívico-militares han cambiado como consecuencia de las reformas políticas, la relación entre gobiernos y fuerzas armadas dista todavía del modelo ideal de supremacía civil. Las reformas institucionales pendientes, la inconclusa recomposición del poder civil y la existencia de prerrogativas militares no desmanteladas, admiten todavía formas diversas de poder militar que debilitan los incipientes controles democráticos y convierten en limitadas las capacidades estatales para conducir la defensa nacional. Los militares se adaptaron a la democracia de modo corporativo, aunque preservando sus privilegios institucionales. En nuestro país, los militares son todavía actores relevantes del proceso político e institucional.

A menos que las Fuerzas Armadas estén bajo pleno control de las autoridades electas, difícilmente las instituciones políticas democráticas lograrán consolidarse. Por eso, si las autoridades electas han de ejercer y mantener un control efectivo sobre las fuerzas armadas, entonces sus miembros (en particular los oficiales) deben someterse a ellas, bajo el imperio de la ley. Y su sometimiento debe estar tan profundamente arraigado que no pueda desprenderse en circunstancia alguna. Sin ese sometimiento, las perspectivas de la democracia son y serán sombrías.

dm@danielmendonca.com.py

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