Legado vigente, pero olvidado

En la fecha se cumple el sexagésimo aniversario de la desaparición física de uno de los más importantes héroes civiles del país y de la dramaturgia y el teatro nacional, don Julio Correa Miszkowzky.

/pf/resources/images/abc-placeholder.png?d=2061

Cargando...

Nacido en Asunción, el 30 de agosto de 1890, y luqueño por adopción, don Julio Correa fue uno de los principales exponentes del teatro paraguayo en guaraní.

Severo crítico, a través de su arte, de la sociedad de su época, puso sobre las tablas los cuestionamientos a las autoridades y mandamases, lo que le valieron persecuciones y apresamientos, pero que le ganaron el cariño y el respeto del público, que veía en la obra de Correa el reflejo de su propia realidad. Fundó con su esposa Georgina Martínez una célebre compañía teatral, y a través de las obras representadas denunciaba las injusticias sociales y los vejámenes que el pueblo común sufría a manos de autoridades venales y patrones autoritarios.

Descendiente por línea paterna de un acaudalado empresario de origen brasileño –de Minas Gerais–, don Eleuterio Correa, y por línea materna de un ingeniero polaco, Luis Leopoldo Miszkowzky (ambos sobrevivientes de la Guerra contra la Tríplice), quien a raíz de una revolución huyó de su país y emigró a Buenos Aires, donde conoció al paraguayo Luis Bernardo Argaña, quien lo invitó a venir a Paraguay, y al año siguiente se casó con la hija de su anfitrión, Petrona Regalada Argaña, con quien tuvo siete hijas, entre ellas Amalia, la madre del dramaturgo.

El dramaturgo y su tiempo

En las primeras décadas del siglo XX, se inició en el Paraguay un movimiento intelectual y artístico tendiente a la dignificación de lo nativo, dándole una expresión estética, a la vez que aspiraba a definir en categoría universal los valores morales y espirituales de todo un pueblo. Dentro de ese proceso está ubicada la obra de Correa como dramaturgo. A través de esta, puso de manifiesto el alma popular, entonces recientemente sacudida por la tragedia chaqueña. Puso de manifiesto ese contradictorio mundo interior de ideas, de sentimientos, de rebeldías creadoras por un lado y, por el otro, de oscuras luchas, de egoísmos negativos y de enconados rencores “que descubren para el arte lo que ya existía en latencia en los estremecidos dominios del alma popular”, como bien lo definió su colega Arturo Alsina.

La aparición de Correa en el mundo artístico se da contemporáneamente a otros destacados artistas compatriotas, como José Asunción Flores en la música, Andrés Campos Cervera en la escultura, Holden Jara en la pintura, o Félix Fernández, Narciso R. Colmán, Emiliano R. Fernández y Darío Gómez Serrato en la poesía en guaraní. El teatro de Julio Correa forma parte de esa voz soterrada que buscaba salir de su ostracismo para volverse el gran canto americano redescubierto en la evocación del pasado, “para descubrirse en plenitud en la realidad del presente”.

A través de su arte, el hombre americano –dice Alsina– “despeja su propia incógnita, se siente actor del destino y se apresta a las conquistas del derecho para afianzar la dignidad de la justicia”. Correa fue el fiel intérprete de ese afán, innegablemente.

La obra de Correa

Profundo conocedor de la idiosincrasia de sus compatriotas, supo interpretarla penetrando en el alma del hombre paraguayo, haciendo uso de una llave de oro: la lengua nativa. Por medio de su obra teatral en idioma guaraní supo consolidar los cimientos de un teatro realista de tendencia social, que a pesar de los años, mantiene clara su vigencia, pues los mismos hechos y las mismas situaciones denunciadas en su obra no solo no han desaparecido, sino que se han acentuado en los problemas de la vida campesina.

El drama del hombre y de la tierra en función social sigue siendo la perpetua lucha disociante a través del drama de los desposeídos y explotados, de los perseguidos sin causa, de los hambrientos, de las víctimas olvidadas de la justicia humana. Todo eso puede percibirse, notarse, verse en su vasta producción dramática: Ñande mba’era’y, Guerra ajá, Karai Ulogio, Tereho jevy fréntepe, Sandía Yvyguy, Péicha guarãnte, Pleito riré, Karú pokâ, Honorio causa, Sombrero ka’a, entre otras obras o en su poemario Cuerpo y alma.

Luego de dedicar su vida a la ingente tarea de ser intérprete y vocero de la cultura de su pueblo, don Julio Correa Miszkowzky falleció en Luque, un día como hoy, 14 de julio de 1953. Correa fue, como bien se lo definiera, un artista beligerante, que se presentó a la lucha provisto de las armas que el ingenio y el temple de su recia voluntad ponían a su disposición. Fue autor teatral, poeta, intérprete, director de escena, empresario, decorador, tramoyista, peluquero, utilero y pintor de carteles. Fue un hombre polifacético al que ni las persecuciones ni las cárceles supieron acallar.

Hoy solo le recuerdan un pequeño museo, su solariega casona, alguna que otra calle, un centro cultural inconcluso, reflejo de la desidia de las autoridades –municipales, departamentales, nacionales– que bien podía haber sido, con un poco de dedicación y homenaje al héroe, un hervidero de jóvenes deseosos de expresar sus sentimientos o sus vocaciones artísticas.

Está visto –con experiencias en el campo de la música– que el arte es un eficiente medio de dignificación del hombre (como el proyecto Sonidos de la Tierra). El teatro también puede ayudar a descubrir grandes talentos y ser el medio de dignificación de tantos jóvenes, a quienes el ocio y la desorientación pueden arrastrarlos por el barranco de la degradación y la ignominia.
Esa fue la lucha de don Julio. Esa es la ingratitud con su memoria.

surucua@abc.com.py

 

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...