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Un 12 de abril como hoy, en 1877, el entonces presidente de Paraguay, Juan Bautista Gill, cayó muerto de dos tiros de escopeta en plena calle a las diez de la mañana. No fue el único asesinato de ese día: más tarde, en el entonces llamado paraje Manorá, hoy avenida España, cayó muerto a balazos su hermano, Emilio Gill, a cuyo cadáver se le arrancó el sangriento trofeo de una oreja cortada. Y eso no es todo: las secuelas de aquel 12 de abril estarían a la violenta altura de su tarantinesco comienzo matutino. La muerte de Gill llevó al poder a su vicepresidente, Higinio Uriarte, bajo cuyo breve gobierno provisorio los conjurados que quedaban y su abogado defensor fueron asesinados durante una siniestra madrugada que ha pasado a la historia con el nombre de la Masacre de la Cárcel Pública.
Volvamos un momento a aquel 12 de abril. Juan Bautista Gill iba esa mañana por las calles del centro de la capital paraguaya rumbo a su despacho con sus edecanes Silvestre Esquivel y Mateo Bentos. Como siempre, de su casa, en la calle 25 de Mayo, bajó por Yegros hasta Eligio Ayala, y por esta hasta Independencia Nacional (nombres, todos estos, actuales), y por esta hasta el cruce con la entonces llamada Villa Rica (hoy Presidente Franco). Allí le salió al paso Nicanor Godoy con una escopeta de dos cañones, le disparó a quemarropa y lo mató.
Mientras los edecanes corrían a buscar ayuda, Nicanor Godoy montó el caballo de uno y, con Mariano Galeano en las ancas, y José Molas y José Franco, todos cómplices suyos que estaban apostados en las cercanías, siguiéndolo, escapó al galope. Cerca de la estación del ferrocarril, el caballo se encabritó y tiró a Galeano y a Godoy al suelo, mientras un sargento de apellido Ríos hería con su sable en la cabeza a Molas; llegaron entonces en su ayuda dos conjurados más, Matías Goiburú y Juan Regúnega, y huyeron todos hacia Barrero Grande (hoy Eusebio Ayala), donde los esperaba el expresidente Cirilo Rivarola con cuatrocientos hombres armados.
Mientras huían, quiso el azar cruzar en su camino a Emilio Gill, que no sabía que acababan de matar a su hermano y no llegó a saberlo nunca, pues cayó muerto de tres balazos. Ya en tierra, le cortaron una oreja. Esa oreja ha recorrido buena parte de la literatura paraguaya.
En la historia, esa oreja cumplió la función de llegar a Barrero Grande a notificar la muerte de Gill al antes citado expresidente; en la literatura, esa oreja aparece en la novela Diagonal de Sangre, de Juan Bautista Rivarola Matto –«en generaciones sucesivas, algunos vástagos de la familia Gill nacerán desorejados»–, en el cuento «Manorá: 12 abril de 1877», de Helio Vera –donde nace el hijo de Emilio Gill y la madre descubre con horror que «en el costado izquierdo de la cabeza, como si hubiese sido segada limpiamente por una mano invisible, falta una oreja»–, en la novela Caballero rey, de Guido Rodríguez Alcalá –donde se cuenta que «al general Emilio Gill, cuando lo encontró en la calle Manorá [Goiburú] lo mató y después le cortó la oreja, y por eso después le nació un nietito sin oreja, como es lógico…».
Los acontecimientos de aquel 12 de abril y sus secuelas son tan truculentos como la ficción, y la ficción ha sabido apropiarse de esta materia histórica. En los hechos, la oreja llegó con una carta a Cirilo Rivarola el 14 de abril, y el expresidente partió con sus hombres de Barrero Grande a Asunción y no llegó porque antes se topó con las tropas de los generales Patricio Escobar e Ignacio Genes y fue derrotado el 17. Galeano fue apresado el 16 cuando trataba de cruzar a Villa Occidental (Villa Hayes). A cambio de los mil pesos ofrecidos por el gobierno por revelar el paradero de los fugitivos, Molas fue delatado y detenido en la fábrica de ladrillos de Zevallos Cue donde se ocultaba; lo anunció el ministerio del Interior el 21. Goiburú murió el 22, sorprendido cerca de Valenzuela por una patrulla que le disparó cuando intentaba huir. Regúnega fue capturado el 1 de mayo en Villa del Rosario, y Franco el 7 en Yabebyry.
A la medianoche del 28 de octubre de aquel año, pasó algo de atroz memoria. Molas, preso, había logrado convenir con sus guardias que escaparía a esa hora, pero desaparecieron las llaves y cuando esa madrugada empezó el amotinamiento durante el cual, según lo pactado, iba a escapar, no pudo moverse: estaba engrillado. La Policía llegó, rodeó la cárcel e hizo retroceder a los sublevados, pero cuando estos regresaron a sus celdas, en vez de detenerse los policías entraron a matar en masa. Una carta de Ángel Peña recogida por Gomes Freire Esteves en Historia contemporánea del Paraguay (Asunción, Napa, 1983, p. 161) dice: «se dirigieron al cuarto de Molas que estaba llaveado y abrieron la puerta y [...] le tiraron unos tiros, después lo sacaron afuera y le pegaron hasta 29 balazos y 6 hachazos [...]. Después se dirigieron a donde estaba Scotto y lo sacaron de un brazo y lo fusilaron y después a Franco y enseguida a Galeano que le tiraron por la ventana de la cárcel…» Es un triste relato, rico en detalles lóbregos y crueles. Así los conjurados y su abogado defensor, el doctor Facundo Machaín, que había sido llevado a prisión con un pretexto fútil, hallaron un horrible final en la Masacre de la Cárcel Pública del 29 de octubre de 1877.
En cuanto al expresidente Cirilo Rivarola, cómplice de los implicados en la muerte de Gill, murió igual que este: asesinado en plena calle, en el centro de la capital paraguaya, el 31 de diciembre de 1878. Aunque en su caso fue a puñaladas.
¿Y Nicanor Godoy, el homicida, el autor material del crimen, el que empuñó la escopeta, el que disparó las balas que mataron al presidente? Por novelesco, merece un párrafo aparte. Huyó a Isla Valle, disfrazado de mujer pasó a Zevallos Cue, esperó a orillas del río con un cántaro en la cabeza, travestido, y obligó a punta de pistola a llevarlo al remero que se le acercó, en un barco que llevaba madera a Argentina pasó por Asunción sin ser descubierto y llegó a Corrientes. Ahí, años después, asaltó a mano armada la sucursal del Banco de la Nación. Eso nos dice la revista argentina Caras y Caretas en su edición del 7 de octubre de 1899: «La nota sensacional de la semana ha sido, indudablemente, el descubrimiento del robo de dineros hecho en la sucursal del Banco de la Nación en Corrientes y la aprehensión en esta ciudad del autor principal del hecho criminoso, Nicanor Godoy, y de su cómplice José Aquino, así como el secuestro de buena parte de lo robado». Ilustrado con fotos de nuestro conspirador y su secuaz, el reportaje sigue: «Godoy es personaje de larga fama en el Plata, pues cuenta en su foja de hechos la muerte del Presidente del Paraguay, don Juan Bautista Gil, á quien atravesó de un balazo en momentos que se dirigía por una calle céntrica de la Asunción con rumbo á la Casa de Gobierno. Luego que fugó de su patria, vino á Buenos Aires, y aquí ha sido periodista con Carriego agente de negocios, caudillejo político de avería en Corrientes y en Misiones, llevando siempre una vida, si no fastuosa, por lo menos cómoda. Su curiosa personalidad es típica y aun cuando aparece siempre rodeada de sombras, no por ello muchos de sus conciudadanos dejan de verla luminosa y aun con cierto prestigio de grandeza perseguida por las adversidades de la suerte; no obstante, esta vez las líneas se han acentuado y difícilmente podrá sincerarse de los cargos que pesan sobre él para volver á presentarse en el escenario político» (1).
Nicanor era hermano del conocido intelectual Juansilvano Godoi –no Godoy, pues, como se sabe, Juansilvano solo escribía con «i»–, y según testimonios de la época tomó a su cargo la tarea de asesinar a Gill porque valoraba demasiado el intelecto de Juansilvano para permitir que se arriesgara. En cuanto al motivo del complot, se acepta en general que era el deseo de los conjurados de terminar con un tirano en ciernes; así, a «la conspiración de J. S. y N. Godoy, J. D. Molas y M. Goiburú, que llevó a cabo el asesinato del presidente Juan B. Gill en abril de 1877, con el objetivo de dar fin a una de las administraciones más despóticas y deshonestas del período» se refiere Milda Rivarola en Obreros, utopías y revoluciones. Formación de las clases trabajadoras en el Paraguay liberal, 1870-1931 (Asunción, CDE, 1993, p. 51). Iniciada un 12 de abril como hoy con la muerte de Juan Bautista Gill, el fin gemelo de Cirilo Rivarola, cómplice de sus asesinos, cierra simétricamente esta historia en cuyo oscuro centro estalla una masacre.
Notas
(1) «El robo al Banco de la Nación en Corrientes». En: Caras y Caretas, 7 de octubre de 1899, n. 53, p. 26.